Teodomiro Chumillas Flores acababa de casarse a sus 23 años. Él no sufría del desempleo de muchos otros jóvenes en aquel año 1996 en el que España estaba en crisis. Trabajaba de recepcionista en el hotel Oriente de Teruel, gestionado por su familia. La madrugada del 15 de noviembre un asesino que sigue suelto le sesgó la aorta y la vida. Hubo cuatro sospechosos y varias hipótesis, pero su caso forma parte del archivo de crímenes sin resolver en Aragón

Era viernes de un frío mes de noviembre y el pequeño hotel Oriente había vuelto a congregar reuniones de amigos, cenas, conciertos de jazz, café y copas. Nada hacía presuponer lo que iba a marcar a una familia que acabó vendiendo el complejo. Entre las 04.00 y las 05.00 horas una o varias personas accedieron al mismo y degollaron a Mirín, que era como le conocía su entorno más íntimo. Fue en la recepción en la que estaba, pero su cadáver fue encontrado en el baño contiguo. Junto a él un rollo de papel higiénico con el que la víctima trató de taponar la herida para no desangrarse. No sabía que los dos centímetros de pinchazo fueron tan certeros que le alcanzaron la arteria más grande del cuerpo por la que se transporta la sangre. Murió segundos después por un shock hipovolémico, según determinó la autopsia. Quien le halló fue un cliente que al ver la escena llamó inmediatamente al 091 de la Policía Nacional. 

La inspección ocular reveló que la agresión se produjo en el lugar de trabajo de Teodomiro y que se desplazó al baño. Los depósitos de sangre así lo determinaron. También pudieron saber que la víctima recibió la herida incisa por una persona que estaba a su espalda y, posiblemente, mientras le sujetaba. 

Una escena del crimen que pudieron reconstruir los investigadores, si bien les faltaba lo principal: ¿Quién lo hizo? Desde el inicio hablaron de una investigación «muy difícil». En un primer momento la tesis que trabajaron fue la de un robo violento en este hotel situado en la avenida Sagunto que da a parar a la autovía Mudéjar. Faltaban 10.000 pesetas y los agentes pensaron que los autores del crimen fueron delincuentes periféricos, no residentes en la ciudad. 

La Policía halló un muñeco manchado de sangre y con clavos en los ojos

Una primera línea de trabajo que dio un giro radical al día siguiente de la comisión del asesinato de Mirín. Horas después de la retirada del cadáver, ya de mediodía, Homicidios registró un turismo que estaba aparcado junto al establecimiento, un Citroën Visa. Lo sorprendente es lo que vieron en su interior: un muñeco de tamaño natural ensangrentado, con clavos en los ojos y descuartizado. Pero fue no lo único que encontraron los agentes, también había varios juegos de rol.

Ante ello, la Policía Nacional acordó detener al propietario del turismo, quien sería liberado el mismo día en el que el cuerpo sin vida de Mirín era enterrado. Hasta 600 personas estuvieron presentes en su funeral, celebrado en la iglesia parroquial de Santa Emereciana. El primer sospechoso de este crimen resultó ser un vecino de Andorra, quien explicó tanto en sede policial como judicial, que ese muñeco se usó para una fiesta de Halloween. Aparcó el turismo en un bar próximo para llamar a sus padres cuando vio que se llevaba su turismo la grúa. 

La Policía Nacional de aquel momento calificó esa pista fallida de «cúmulo de casualidades», puesto que en el registro de las propiedades tanto del arrestado como de su novia no había pruebas que incriminara a ambos en el asesinato. El arresto molestó especialmente al vecino de Andorra que llegó a declarar: «Solo me arrestaron por llevar juegos de rol. Si hubiera llevado dos jarrones, no habría pasado nada». La puesta en libertad de este sospechoso llevó al Cuerpo Nacional de Policía a volver a tratar este caso como un robo violento. Más aún cuando en la gasolinera que hay junto al hotel fue asesinado el anterior propietario ocho años atrás. Este crimen también les marcó hasta el punto de que la estación de servicio empezó a cerrar por las noches. La madrugada de la muerte de Teodomiro Chumillas Flores no estaba abierta y sus empleados se enteraron a las 06.00 horas cuando levantaron la persiana. 

"Estoy convencido de que alguien vio u oyó algo puede ser interesante para unirlo a la lista de datos obtenidos"

Sin arma y sin cámaras de seguridad que dieran algo de luz al caso, la investigación fue un quebradero de cabeza para los encargados de la misma. El padre de Chumillas incluso hizo pública una carta en la que pedían colaboración ciudadana. «Estoy convencido de que alguien vio u oyó algo puede ser interesante para unirlo a la lista de datos obtenidos», señaló, al tiempo que suplicó: «No permitan que se conviertan vuestras casas en desgracia como se ha convertido la mía por esos canallas». 

A los pocos días detuvieron a otra persona en Valencia que esa noche había robado un turismo en Teruel, si bien no se pudieron establecer conexiones con este crimen. 

Antes de que pasara el año, los encargados de las pesquisas llegaron a hacer un retrato robot del supuesto asesino. Fue descrito con una altura de 1,90; un delincuente ocasional nada selectivo que tendría un coeficiente intelectual bajo y en una situación emocional alterada posiblemente por la influencia del alcohol o las drogas. 

La familia de Mirín no tuvo noticias hasta enero de 1998 cuando dos hombres de origen gallego y con residencia en Barcelona fueron detenidos, pero acabaron en libertad. El magistrado del Juzgado de Instrucción número 1 de Teruel llegó a archivar la causa ante la falta de responsables conocidos que sentar en el banquillo. En el año 2000 la familia consiguió revocar esa medida para que el caso no cayera en el olvido e, incluso, se mostraron dispuestos a pagar de su bolsillo algunas pruebas pendientes si el dinero llegase a suponer un problema para su realización, pero 22 años después la familia de Mirín no ha podido ver al asesino sentado en el banquillo y este sigue en la calle. Tampoco saben por qué se hizo. El tiempo consiguió que la consternación y el miedo en el que sumió la ciudad haya caído en el olvido.