ASESINOS NATOS

Noriega y el "regalito" de Navidad: un cadáver en una maleta

Berreondo Noriega cumple condena por matar a un hombre tras una cita sexual. En su país se libró de otro

Berreondo Noriega fue condenado a 20 años de prisión por el conocido como crimen de la maleta.

Berreondo Noriega fue condenado a 20 años de prisión por el conocido como crimen de la maleta. / EL PERIÓDICO

Jonathan Witmar Berreondo Noriega tenía tan solo 26 años cuando se instaló en un piso del número 1 de la calle Vía Verde, en el zaragozano barrio Oliver. De origen guatemalteco, pasaba desapercibido en una habitación que le habían subarrendado en un aislado. Sus vecinos desconocían su reciente pasado: se había escapado de la Justicia de su país tras reabrirse un crimen de índole sexual. Cuando muchos de los residentes del edificio le pusieron cara, ya que muchos ni sabían de su presencia, fue el día de la Lotería de Navidad del 2018. De hecho, cayó el Gordo en Huesca. Una llamada al 091 destapó un asesinato. Si la víctima del caso en el que estaba prófugo apareció con el pene amputado, en el crimen cometido en Zaragoza el fallecido apareció embutido en el interior de una maleta. Fue «un regalito» que le habían dejado, según dijo, pero no pudo engañar al Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Aragón. 

Jorge, de 48 años, fue su víctima. Residente en Madrid, trabajaba como transportista y estaba de paso por la capital aragonesa. Ubicación que le geolocalizó en la red de contactos sexuales Wapo, comenzando a hablar con un joven a quien le propuso, con la identidad de Mario, el mantener relaciones sexuales a cambio de dinero. 

Era 14 de diciembre, nueve días antes del hallazgo del cadáver. Sobre las 17.00 horas, según relató el propio encausado el día del juicio en la Audiencia Provincial de Zaragoza, este hombre subió las escaleras hasta su cuarto piso y le timbró. Ya dentro, le pagó cien euros que le pidió, se metió a la habitación y se acomodó. El criminal se quedó fuera y cuando entró se lo encontró desnudo, con el condón puesto. «Entonces me tiró sobre la cama y me empezó a dar bofetadas llamándome zorra», explicó, mientras destacó: «Al penetrarme yo grité y le di dos patadas para intentar quitármelo de encima. Mario cayó al suelo y se golpeó con la mesilla, pero se volvió a levantar y se colocó otra vez encima de mí». Entonces gritó. 

Según el encausado, en el piso había una tercera persona que había llegado casi al mismo tiempo que la víctima mortal. Fue al que trató de imputarle el crimen con posteridad, pero que los investigadores descartaron totalmente. Era Emilio el Cordobés. Al escucharle gritar acudió a su cuarto con un martillo. «Al girarme, vi cómo el Cordobés golpeaba a Mario en la cabeza. Le empezó a salir mucha sangre y llegó un momento en que se quedó inmóvil». «No hubo ninguna práctica de sado que acabara mal. Yo no lo maté». Pero esta versión nada tuvo que ver con la primera que dio a los agentes. De hecho fue él, quien marcó el 091. Llegó a hablar de un accidente, pero fueron tantas las rectificaciones en su relato que tuvieron que advertirle de que aquello no era creíble. Fue entonces cuando les espetó: «Os voy a contar lo que realmente pasó». 

"Le golpeé en la cabeza, dándose contra la mesilla, teniendo la sensación de que lo estaba matando por dentro"

«Le golpeé en la cabeza, dándose contra la mesilla, teniendo la sensación de que lo estaba matando por dentro, así que le di una patada en la cabeza y me marché de la habitación, dejándolo allí en la habitación. Cuando volví, observé que había fallecido y decidí deshacerme del cuerpo, así como de la mesilla que tiré en la basura». Pese a que podía parecer una confesión, no había dicho toda la verdad. Y es que los especialistas del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Aragón (Imlcfa) determinaron que el golpe en la cabeza no fue con una mesilla, sino con un martillo extractor de clavos. Le dio un fuerte martillazo en la cabeza que lo mató. 

Una vez consumado el crimen, según la investigación, Berreondo Noriega guardó el cadáver en la maleta, precintando la misma con varias vueltas de film de plástico transparente, depositándola posteriormente en el armario de la terraza del domicilio para evitar la descomposición del cadáver, aprovechándose de las bajas temperaturas del mes de diciembre. Posteriormente, limpió cualquier rastro de sangre e incluso llegó a pintar la habitación donde sucedieron los hechos para eliminar la salpicaduras de sangre, deshaciéndose tanto del martillo como de la mesilla. Pero aunque lo preparó para no conseguir ser descubierto, era vago. Tenía que bajar la maleta con el cadáver del transportista por las escaleras de los cuatro pisos de su vivienda. Eso le hizo dejarlo en la terraza. Sí intentó trabajarse una coartada. Entregó una serie de pantallazos de conversaciones de teléfono móvil con un hombre a quien le habría alquilado una habitación por una semana. Llegó a responsabilizar a esa persona como el dueño de la maleta y «del regalito que le había dejado». También utilizó el teléfono del fallecido para simular dicho intercambio de mensajes a través de Whatsapp. Pero cometió un grave error: puso en boca del madrileño expresiones propias de Guatemala. Para decir que no tenía mucho dinero, afirmó: «No cargo mucho» .

A ello hay que añadir que llamó a una amiga suya para explicarle que había alquilado una habitación, que había tenido problemas con esa persona y que se había fugado dejándole una maleta. Esta mujer llegó a ir al escenario del crimen y pudo observar que había una maleta e incluso trataron de abrirla con unos guantes. Finalmente, no lo hicieron. Esta mujer fue la que explicó que el criminal hacía sesiones de sado y que hizo pensar a la Policía Nacional que el asesinato pudo haber tenido lugar durante una sesión de este tipo. 

Una forma de actuar que llevó al jurado popular a considerar que era Jonathan Witmar Berreondo Noriega el único culpable de esta muerte. El abogado de la víctima, José Luis Melguizo, consiguió que el juez le condenara a 20 años de prisión. El Supremo acabó ratificando el fallo. 

Ahora cumple condena por un crimen, mientras la familia de Tranchito, en Guatemala, sigue pidiendo justicia. Si macabras son las circunstancias de este asesinato, más aún lo fueron las del cometido tres años antes, por el que fue absuelto, pero que tras el recurso de la Fiscalía, iba a ser reabierto. El 27 de marzo del 2015 por la noche, tras asistir a un servicio religioso en una localidad del departamento de Quiché, la víctima de aquel asesinato, Jonathan Witmar y un tercer hombre iban en una furgoneta en la que se quedaron solos los dos primeros. Le había convencido de que le tenía que contar un secreto. Con ello le condujo hasta un camino en el que le esperaban su padre y otros cómplices, y allí le atacó por la espalda con un objeto contundente, provocándole una fractura en la nuca que le causó la muerte.

Ocultaron el cadáver en una cercana plantación de bambú y le cortaron el pene. Y para descartar cualquier sospecha de participación de Jonathan Witmar, le dejaron en su propia casa, atado y con el pene de la víctima en la boca. Según el ministerio público, todo ello como coartada.