Capítulo IV | Andrei y Anita: otros héroes sin capa

La guerra paró en seco sus vidas, pero no su espíritu de resistencia. Desde su organización de voluntarios, Anita y Andrei han movilizado ya cerca de 80.000 dólares en ayudas

Consiguen todo tipo de suministros para hospitales y batallones que luchan en el frente. Les llevan comida, ropa táctica, medicinas, equipamiento militar o logístico

Capítulo IV. Anita y Andrei, otros héroes sin capa.

Lara Escudero

Existen los héroes sin capa. Sin camuflajes ni condecoraciones. Existen las heroínas. Sin galones, ni medallas, ni honores. Existen la guerra, el dolor y la muerte. Existe la resistencia y el espíritu imperturbable. Existe la esperanza por la paz. Por la libertad.

Es la primera vez que entrevisto a Andrei de verdad. Uno frente al otro. Se pone serio. No acostumbra a mostrarse así conmigo, salvo en los momentos más tensos. Nos aguantamos la mirada unos segundos. Nos sonreímos con ternura. Le aviso con un gesto de que le doy al 'rec'. Respira hondo y empieza a contar su historia, mientras juguetea inquieto con un collar de cuentas azul y amarillo entre sus robustos dedos.

El 24 de febrero de 2022, Andrei exhalaba el último aliento de su cigarro de frambuesa, pensativo. El despertador marcaba las cinco de la mañana. Una madrugada de jueves aparentemente tranquila, hasta que el tiempo se paró en seco. “Recuerdo perfectamente este día”, cuenta Andrei. “Fue peligroso. Vimos muchos aviones en el cielo. Explosiones”, continúa mirando al techo, evocando con tristeza aquellas horas: “Fue como en las películas de zombies. Todo el mundo comprando agua y comida”.

Andrei y Anita fundaron una organización de voluntarios para ayudar a las fuerzas armadas.

Andrei y Anita fundaron una organización de voluntarios para ayudar a las fuerzas armadas.

Anita abrió un ojo porque sus vecinos tiraban cohetes desde la ventana. “Vaya horas para jugar a la pirotecnia”, pensó. El estruendo era considerable, pero Anita volvió a dejarse atrapar por los sueños. Unos sueños que, sin todavía saberlo, ya estaban truncados. Los suyos. Los de todos. Los ruidosos destellos de la noche despertaron a todo un país, sumiéndolo en una agonía eterna. La guerra con Rusia había comenzado.

Juntos decidieron entonces ayudar a Ucraniadesde la trinchera de sus casas. Fundaron una organización sin ánimo de lucro. “No puedo ir al frente. No tengo habilidades. Pero quiero hacer algo por mi país. Mi gente. Mi ciudad. Lucho desde el voluntariado”, explica Anita, saboreando su capuchino. Todo empezó con un puñado de baterías portátiles para móvil, pilas y linternas. “El ejército necesita ayuda. Hemos pasado de 250.000 efectivos a 1.5 millones en un año. No solo hace falta armamento. También lo más básico”.

La logística de la solidaridad

En este tiempo, han movilizado ya cerca de 400.0000 grivnas —unos 80.000 dólares— en ayudas. Consiguen todo tipo de suministros, que después trasladan a hospitales de campaña y a batallones que luchan en el frente. No solo impresiona la cifra. También la amplísima gama de productos que hacen llegar a los soldados: material táctico, recambios, generadores, comida, ropa, vehículos o medicinas.

La misión empieza así: Valentín es militar y necesita unos cascos de protección y unas botas tácticas. Anita lo gestiona todo. Lanza por sus redes la petición. La cuenta de la fundación es pública y está abierta a todo aquel que desee contribuir. Céntimo a céntimo. Dólar a dólar. Grivna a grivna. Se pone así en marcha una perfecta cadena de 'crowdfunding' que, más que dinero, dicen, “trae esperanza”.

Andrei se encarga de llevar a batallones militares todo tipo de suministros.

Andrei se encarga de llevar a batallones militares todo tipo de suministros.

Pueden tardar semanas. Meses. No siempre es fácil hacerse con el material, y, menos, recepcionarlo en Ucrania. Esta vez ha habido suerte. Valentín está a poco más de un click de conseguirlo.

Traslado con atención los ojos de una dimensión a otra, de la pantalla a la escena en carne y hueso. No quiero perder detalle. Sus perfectas uñas color escarlata producen ese ruidito tan característico a cada marcación. Se echa las manos a la cabeza y su garganta emite un sonido seco, lleno de gracia. “¡Sí! ¡Lo hicimos!”, jadea elevando el puño, en símbolo de victoria. Su corazón palpita tan rápido que casi puedo escuchárselo.

Una red de voluntarios que da la vuelta al mundo

Anita y Andrei trabajan sin descanso, pero la maquinaria funciona gracias a la solidaridad. A la humanidad que impulsa cada acción. Cada petición. Porque cada guante táctico, cada binocular, cada bolsa de comida entregada alberga un trocito del corazón de alguien. El boca a boca entre unos pocos ha llegado ahora a convertirse en toda una red de voluntarios procedentes de Europa, América y Asia.

Las fuerzas armadas también les han querido recompensar por su labor con un diploma. Anita lo exhibe con orgullo, junto con la colección de velas que tanto le han acompañado en las noches más oscuras. Andrei lo lleva por dentro. Su bondad es casi tan grande como él. Ambos sufren en silencio. Pero resisten.  “Debes entender una cosa”, se lanza Andrei a hacer su última reflexión de la tarde: “Debemos parar esta guerra ahora en Ucrania, porque, si no ganamos, tendréis a esos cerdos rusos en la frontera de la Unión Europea pronto”.  

Las fuerzas armadas entregan un diploma de agradecimiento a Anita.

Las fuerzas armadas entregan un diploma de agradecimiento a Anita. / Lara Escudero