Un murete que apenas llega a la altura de las rodillas separan la Gran Vía, uno de los paseos más emblemáticos de Zaragoza, de un paraje natural único en la ciudad: la ribera del río Huerva. Por unas vetustas escaleras de metal, situadas justo antes de que el cauce de agua se esconda bajo el asfalto, se accede a una zona verde en la que nada más pisar suelo las expectativas de paz y descanso se desvanecen. Pintura descascarillada, basura, heces y nada de hierba convierten el paseo en algo muy poco alentador.

Y no es por otra cosa que los habitantes de la zona de Moncasi llevan años reclamando mejoras en este tramo urbano del río. «Hemos intentado siempre hacer patente que es una zona abandonada pero que tiene muchas posibilidades. El problema también es que compete a dos administraciones (el Ayuntamiento de Zaragoza y la Confederación Hidrográfica del Ebro) ponerse de acuerdo y eso lo complica todo. Se va limpiando de vez en cuando pero no se actúa en su conjunto», explica Arturo Gracia, miembro de la Asociación de Vecinos y Comerciantes La Huerva.

En definitiva, lo que piden los vecinos es un plan de actuación en esta parte del río que ahora sirve para pocas cosas además de pasear al perro y poder fumar alguna que otra hierba ilegal en el centro de Zaragoza sin ser visto por la Policía (ejemplos de ambas actividades son fáciles de contemplar). Las paredes del muro que elevan el terreno hasta la cota de los coches sirven además como lienzo de pruebas para grafiteros novatos. Y la tímida senda que recorre la ribera, más que un bucólico paseo (y a pesar del sonido del agua fluyendo) da más miedo que otra cosa.

Las bolsas de plástico, mascarillas, y restos se acumulan por todo el paseo. Aquí, bajo la estación de Goya. | ANDREEA VORNICU

En las escaleras que suben hasta la avenida Goya unos colchones y un sofá abandonado no ayudan a alegrarse la vista al final del recorrido. Ya al otro lado del puente, en el tramo de la calle Martín Ruizanglada, la situación no mejora a pesar de que hay más mobiliario que en la zona anterior. Los bancos y las vallas, eso sí, comparten espacio con un montón de excrementos que llenan el suelo. Las papeleras que hay, asimismo, no evitan que la basura en el suelo desaparezca. En esta parte de la ribera, decenas de balcones dan al Huerva esperando encontrar un paisaje verde que en realidad está «sucio, muy sucio», admite un vecino, Gregorio Andrés, mientras pasea a su mascota.

«Está muy descuidado. Este verano las brigadas de jardinería limpiaron algo pero se quedaron a medias. Es increíble porque estamos en el centro y esto tendría que ser un pulmón de la ciudad. Y la gente tampoco ayuda. Yo suelo recoger siempre las cacas de mi perro pero puedes ver que no todo el mundo lo hace», añade este vecino.

Antes de llegar al final de este tramo más colchones tirados adornan el paisaje. Una valla advierte al final de un sendero y antes de otro paso inferior que no se puede pasar «por riesgo de caída».

Ya en Manuel Lasala, en la parte de la calzada, la acera está en el lado opuesto a la ribera. Ese lado lo ocupan coches aparcados. No obstante, en esta misma vía, frente al patio de un colegio, se ha adecentado una zona y se ha hecho un parque que, por lo menos, luce más cuidado. Antes del puente que cruza a la calle Río Huerva hay hasta una especie de mirador, como si hubiera algo que contemplar en un espacio que podría ser pero no es en absoluto.

El paseo de los horrores

Llegando al final del paseo, los antiguos viveros de Sopesens se han convertido en un desierto de asfalto que los patos han logrado hacer su territorio. Después, el Huerva llega al Parque Grande José Antonio Labordeta antes de esconderse de nuevo bajo la ciudad. Para terminar el paseo es recomendable mirarse las zapatillas antes de marchar a casa para comprobar cuantas heces no has conseguido evitar.

«Está todo realmente feo», sentencia Gracia, de la asociación La Huerva. Y el ayuntamiento lo sabe. En los cajones de la casa consistorial hay un anteproyecto para reformar toda la zona que, solo se podrá llevar a cabo, al menos enteramente, con los fondos europeos. Su coste asciende a 20,5 millones de euros. Inasumible.

«Pero es que lo que queremos no son proyectos faraónicos. Desde 2008 nos lo han contado más de una vez y nunca se ha hecho nada. Bastaría con acondicionar la zona, limpiarla y programar actividades para que la gente conozca esta ribera y no tenga miedo de pasar. Sería además un corredor peatonal estupendo para ir de la Gran Vía al Parque Grande. Si la gente se acostumbra puede que entonces tuviera más lógica hacer un macroproyecto. Pero en realidad, tal como está pero arreglado se podría disfrutar. En Zaragoza no descubrimos las riberas del Ebro hasta la Expo y nos encantan. Nos va a pasar igual con las del Huerva», zanja Gracia.