Instalaciones municipales

Una década dando vida al centro Luis Buñuel

El colectivo tendrá que abandonar las instalaciones el 23 de enero tras la decisión de Azcón de rescindir el convenio con la entidad, que colabora con más de 40 entidades

En la entrada al antiguo instituto Luis Buñuel hay un cartel en el que puede leerse ‘Orgullo de Barrio’.

En la entrada al antiguo instituto Luis Buñuel hay un cartel en el que puede leerse ‘Orgullo de Barrio’. / ANDREEA VORNICU

Carlota Gomar

Carlota Gomar

En el Centro Luis Buñuel de Zaragoza la vida sigue como si nada. Como si el día 23 no tuvieran que recoger sus cosas, bajar las persianas y abandonar unas instalaciones que llevan una década al servicio de los vecinos. Es el plazo que les ha dado el Gobierno de Jorge Azcón para dejar el antiguo instituto de la plaza Santo Domingo, que quiere convertir en un centro de mayores.

Con el desalojo acechándoles y como tema de conversación, la vida sigue en el Buñuel. El trajín de personas es contante, cosa que no es extrañar si se tiene en cuenta que las puertas están abiertas para todos, «tengas o no papeles». 

Es viernes por la tarde, el frío aprieta y la calefacción no funciona en el centro porque el ayuntamiento, que corre a cargo de todos los gastos, no les ha proporcionado el pellet que necesitan para poner en marcha la caldera. No es la primera vez que sucede. Aún así, en una de sus salas están los voluntarios de la llamada Olla Comunitaria que, a eso de las 5 de la tarde, cortan kilos y kilos de judías verdes. Están preparando la comida del sábado, 250 raciones para personas sin hogar, parejas jóvenes con hijos en apuros o cualquiera que no pase por su mejor momento económico. 

Olla Comunitaria

«Todos los viernes preparamos la comida y el sábado se hace y se reparte en tupper para las personas que no tienen dinero para comer. ¿Qué va a pasar ahora con ellos? No os hacéis una idea de la gente que se va a quedar sin ese plato de comida», comentan entre la rabia, la pena y la indignación. 

Este servicio, solidario y viable gracias a las donaciones, surgió en la pandemia y desde entonces no han fallado ni un sábado. Hasta que sean desalojados porque no han encontrado ningún espacio en el que continuar con la tarea.

El grupo de Olla Comunitaria prepara la comida del sábado.

El grupo de Olla Comunitaria prepara la comida del sábado. / ANDREEA VORNICU

En una sala más pequeña, el colectivo Garbanzo Negro hace repaso de los enseres que les quedan en las estanterías. Compran directamente a los productores --a poder ser de la tierra---, con precios más económicos, los que mantienen entre sus socios. Tampoco saben qué va a pasar con ellos a partir del 23 de enero. 

En el mismo pasillo está Maite Aveila marcando el ritmo en una de las salas principales. Y qué ritmo. Dirige un grupo de mujeres mayores --y algún que otro hombre-- que pasan las tardes bailando. Ellas se animan y se aplauden cuando terminan la canción. 

Antes de trasladarse al Buñuel, Maite daba clases en la Casa de Amparo, hasta que se suspendieron por el covid. De ahí se trasladaron a la calle, pero Zaragoza es de temperaturas extremas y con la edad el frío y el calor como que se lleva peor. Un día Maite se enteró el proyecto de autogestión del Buñuel y ahora imparte clases de baile dos días a la semana. «¿Que qué vamos a hacer ahora? Pues no lo sé. Esto es una putada, hablando claro, porque nos dejan en la calle», denuncia. 

El mantenimiento del centro

Por los pasillos se nota que el frío se ha colado por las ventanas, que los radiadores llevan demasiado tiempo apagados compartiendo las paredes con carteles en las que puede mensajes como El Buñuel es la casa de todos, Somos buñuel y Buñuel es barrio.

Maite dirigiendo a su elenco de bailarinas.

Maite dirigiendo a su elenco de bailarinas. / ANDREEA VORNICU

El centro está en buen estado. Limpio. Recogido. Las tareas de mantenimiento son colaborativas. Esta es la esencia del centro, la autogestión, la convivencia, la colaboración. 

«Aquí ayudamos todos. Cuando hay que limpiar, ordenar o arreglar alguna cosa nos implicamos entre todos», explican desde el colectivo, que solo recurre al ayuntamiento cuando se produce una avería importante que requiere de una actuación de calado. «Si hay arreglar una cisterna, siempre aparece alguien que entiende algo de fontanería y lo hace. Así nos apañamos», comentan. 

Diez años y 300.000 visitantes

Una década les ha dado para mucho y por el centro calculan que han pasado más de 300.000 personas que han participado en más de 500 actividades diferentes. También han repartido más de 28.800 raciones de comida desde 2019 y casi 2.000 prendas de ropa. Actualmente hay 40 colectivos desempeñando múltiples tareas. Desde bailes, danza, meditación, capoeira, defensa personal hasta asesorías sociales y jurídicas. 

El Buñuel surge por los vecinos y se debe a los vecinos. Prueba de ello es que durante la pandemia un grupo de jóvenes se dedico a recolectar ordenadores usados para poder repartirlos entre los hogares que ni tenían ni podían comprarle uno a sus hijos para seguir las clases online. Formatearon y pusieron a punto más de 200. 

Luego llegó la citación para las vacunas del covid y montaron un centro de citas dirigido, principalmente, para los más mayores, coordinado con el centro de Salud de San Pablo. «Les hacíamos hasta un resguardo con el lugar al que tenían que acudir, el día y la hora», recuerdan con cierta nostalgia. 

Porque en el Buñuel, aunque su actividad sigue como si nada, todos saben que están de despedida y que las movilizaciones convocadas para alzar la voz difícilmente van a cambiar la decisión del Gobierno de Azcón. 

En el gimnasio comparten espacios para hacer capoeira y danza.

En el gimnasio comparten espacios para hacer capoeira y danza. / ANDREEA VORNICU

El Centro Social Comunitario Luis Buñuel okupó el centro hace una década y no fue hasta 2018 cuando empezó a desarrollar sus actividades legalmente. Fue con el alcalde Pedro Santisteve, con vínculos directos con la entidad, cuando se firmó el convenio de cesión de las instalaciones.

Tras años de tranquilidad, el Gobierno de PP-Cs dejó «sin efecto alguno» el convenio el pasado mes de marzo. Fue el principio del final porque, tras dos ultimátum desde la casa consistorial y un proceso judicial que ha fallado en contra del ayuntamiento anulando la cesión, el centro tendrá que cerrarse en una semana.