Pascual Blanco ha dejado una impronta difícil de borrar en el arte aragonés, y también fuera de este ámbito, así es como lo ven los que tuvieron la oportunidad de entablar relación profesional con él o incluso lazos de amistad. Su amigo, el pintor Natalio Bayo recordaba cómo recibió el anuncio de su fallecimiento: "Me sorprendió la noticia ayer (por el domingo), habíamos estado juntos el sábado en Fuendetodos (en el aniversario de Goya)". Bayo y Blanco se conocían desde hace más de cuarenta años, cuando formaban parte del grupo pictórico Azuda y forjaron una buena amistad.

De su vertiente artística comentaba que "no hay duda de la importancia que ha tenido en el arte contemporáneo aragonés" y además considera que se dedicó a la más dura de las técnicas, el grabado. "Era un gran trabajador, con ilusiones y con ganas de hacer cosas", recuerda Bayo y apostilla que el suyo "era una trabajo de calidad". Su amigo lo recuerda como una persona incansable, alguien con necesidad de crear.

El lenguaje de las texturas

Pascual Blanco era conocido por el uso de diferentes texturas: clavos, uralitas, camisas, tablas, formaban parte de ese trabajo que constituía su lenguaje propio. "Para mí la temática de su pintura y del grabado iba muy paralela, que era la calidad de la obra", recalca el pintor. Aunque Bayo reconocía que en su última época se había centrado más en el grabado, "que no tiene nada que ver con la pintura, pues necesita otra manera de trabajar".

El artista dedicó parte de su labor a Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, "era el hombre que gestionaba la política expositiva en la academia", explicaba Domingo Buesa, director de la institución. "Era un gran profesional y un gran artista, un hombre generoso y cuidadoso", y confesaba que "la academia quedó profundamente satisfecha con su labor". Javier Callizo, director general de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón, recordó también su labor como docente en la formación de otros artistas y calificó su pintura como "honesta y elegante". Callizo también relata que se trataba de "un gran artista y mejor persona y un hombre comprometido con la cultura aragonesa" que, a la vez, "no renunciaba a indagar en nuevos horizontes".

Tradición y modernidad

Pepe Cerdá habla de esas fronteras: "Entendía la tradición y la modernidad como la misma cosa". Cerdá también quiso recordar que "era muy respetuoso y cariñoso" y, aunque provenían de generaciones, distintas conoció su obra de manera muy extensa. Este es un pensamiento que reiteran las personas que lo conocieron más de cerca, que hablan de una figura excepcional a nivel artístico y también en su lado humano. "Con su obra construyó algo capaz de comunicar con la suficiente longitud de onda. Un cuadro es lo mismo, ya sea en la Capilla Sixtina o en las paredes de Altamira, pero ser pintor es un modo de ser hombre que algunos ejercitamos".