El Real Zaragoza llegará a Los Cármenes en mitad de una pequeña zozobra disimulada en el escaparate de las declaraciones del entrenador y de los jugadores, una inquietud provocada por los malos resultados y la erosión de una plantilla castigada por diferentes circunstancias. Los debates, excepto en la portería, se han abierto en todas las líneas. Se defiende con mejor posición pero blandura en los momentos clave; sobre el el centro del campo ha caído la niebla sin el rendimiento que se esperaba de Apoño y Romaric, y en ataque Postiga solo ve el arco iris con Portugal.

El partido con el Granada debe interpretarse con otra partitura, ajena a esa realidad nada favorable y a las ausencias obligadas por sanción y lesión. Porque, una temporada más, se corona el tópico de que estas son las citas vitales para ir apuntalando la permanencia, encuentros contra rivales de parecida altura competitiva. Los andaluces han hecho frente a un calendario duro de salida, pero su fútbol se sostiene también con finos hilos.

No sirve excusa alguna para acometer este choque pensando en las musarañas ni con espíritu pequeño. Para recuperar algo del camino perdido hacia la salvación contra Valladolid y Getafe, es imprescindible ganar para hacer bolsa económica y, sobre todo, para endurecer la fina corteza psicológica de un grupo que necesita alimentar a diario su carácter.

El Granada va a ofrecer una enorme resistencia porque sabe que su sueño de Primera consiste en trasladar al adversario a una pesadilla. El Real Zaragoza juega con la ventaja de conocer ese tipo de escenarios dantescos y, lo más importante, aun con las bajas cuenta con un grado más de calidad. De que lo imponga o no en Los Carmenes dependerá su futuro, algo más despejado o definitiva y familiarmente salpicado por sombras amenazadoras.