El año 1945 pasó a la historia como "el año de la gran paradoja", porque lo fue de la paz, con la finalización de la II Guerra Mundial, y de la destrucción, con la creación del arma atómica. El 6 de agosto de 1945 el bombardero estadounidense Enola Gay arrojaba su carga letal sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, causando la muerte a cerca de 80.000 personas. Tres días después Estados Unidos volvía a arrojar una segunda bomba sobre Japón, en esta ocasión, en Nagasaki, con un efecto igual de devastador.

Hasta hace poco más 50 años, el mar de Aral era el mayor del Asia occidental, después del Caspio, con una extensión próxima a los 68.000 kilómetros cuadrados, es decir, casi un tercio más que el territorio de Aragón. Anexionado por Rusia en 1873, en virtud de la paz de Kiva, sobre el mar de Aral se desplegó una importante flota pesquera, dado que sus poco saladas aguas (la afluencia de los ríos Amur-Daria y Sir-Daria renovaban continuamente su cuenca) permitían el desarrollo de abundantes y diversas especies piscícolas.

Sin embargo, durante la década de los sesenta, la Unión Soviética puso en marcha un plan de trasvases de los ríos Amur y Sir-Daria, con la finalidad de regar las tierras de cultivo de las entonces repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kazajistán. El resultado ha sido que a día de hoy, la superficie del mar de Aral ha reducido diez veces su tamaño, hasta los poco menos de siete mil kilómetros cuadrados.

El 29 de octubre de 1877, el periódico Sunday Star, de la ciudad de Seattle (en el Estado de Washington), publicaba una carta que había sido escrita casi treinta años atrás por el Jefe Seatle, líder de la tribu de los Duwamish, y enviada por él al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce. La misiva, considerada como el primer "manifiesto ecológico" de la historia, se enmarcaba dentro de las negociaciones que ambos llevaron a cabo, durante meses, sobre la venta obligada de las tierras indias a los colonos blancos, lo que abocó a los Duwamish a trasladarse a tierras muy lejanas de las que durante siglos, habían modelado su identidad. "Debéis enseñar a vuestros hijos" --escribió el jefe Seatle--, "lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es su madre, y lo que le ocurre a la tierra también le ocurre a los hijos de la tierra".

De hecho, el culto a la tierra como madre (la Pachamama de los quechuas y aimaras de Sudamérica) fue una constante en la práctica totalidad de las civilizaciones antiguas. Y aun así, alguna de ellas, como la egipcia, fue la responsable, en el siglo XII a.C. de la primera gran devastación ecológica humana, al talar enormes extensiones de arbolado próximas al delta del Nilo, con la finalidad de utilizar la madera resultante para la construcción de las grandes pirámides. Y sin necesidad de remontarnos a lejanas fechas y lugares, la aragonesa comarca de Monegros, entre el río Cinca y la Sierra de Alcubierre, recuerda en su nombre, Montes Negros, que esta tierra ahora jalonada por el desierto, fue un frondoso bosque, quizás desaparecido en el siglo XVI, cuando el rey Felipe II decidió construir las naves de la Armada Invencible, con la madera de las encinas monegrinas.

El 10 de diciembre de 1989, Tenzin Gyatso, el Dalai Lama, durante su discurso de recepción del Premio Nobel de la Paz, en Oslo, aludía al "sentido de responsabilidad universal" para acabar con la destrucción del medio ambiente que se está llevando a cabo en nombre del desarrollo económico. Un mensaje que comparte de pleno el papa Francisco. Por otro lado, del informe que acaba de hacer público Greenpeace sobre su primera Radiografía social del medio ambiente en España, se desprende que ninguna de las comunidades españolas supera el nivel medio, situándose la nuestra, Aragón, entre las tres peores. No somos los dueños del planeta, sino sus inquilinos. A lo largo de millones de años, miles de especies animales y de plantas han ido legando la tierra a otras nuevas, entre ellas la especie humana. Somos unos recién llegados a este mundo, y tenemos el derecho, la posibilidad, y la obligación de preservarlo y entregarlo, aún mejor, a las futuras generaciones. Historiador y periodista