España ya no vive dramas del primer mundo. Desde que la crisis económica llegara para no marcharse jamás sus tragedias, las de sus habitantes, evocan tiempos pasados y lugares ajenos. Detrás de las frías cifras macroeconómicas se esconden nombres y caras que sufren en sus carnes la decadencia del país. J. R. M. y Miguel Pescador son dos de ellos. Ambos sobrevivían gracias al Ingreso Aragonés de Inserción (IAI), la última ayuda para los más necesitados. Desde este verano el Gobierno de Aragón ha congelado su última válvula de escape. Ahora mismo no saben de qué van a vivir.

Los dos viven en Gurrea de Gállego, un pequeño municipio a 40 kilómetros al sur de Huesca. Los dos están en paro. El primero tiene cáncer y no puede trabajar. El segundo tiene dos hijos pequeños y nadie que pueda ayudarle a cuidarlos, por lo que tiene que dedicarles todas las horas del día. Tanto el uno como el otro vivían del IAI desde hacía varios años. J. R. M. percibía 485 euros al mes. Miguel poco más de 600.

Otras circunstancias

Las circunstancias han cambiado. El pasado mes de julio J. R. M. fue a renovar la subvención --lo tienen que hacer anualmente-- y, pese a que se la concedieron, el dinero nunca ha llegado. A cambio, el Instituto Aragonés de Servicios Sociales le remitió una carta que le explicaba lo siguiente: "La citada propuesta está pendiente de fiscalización por falta de habilitación del crédito presupuestario necesario". No hay dinero.

Miguel se encontró con la misma circular un mes después. Desde entonces subsisten gracias a las ayudas de la Comarca de la Hoya de Huesca, de los servicios sociales o de, en el caso de Miguel, algún familiar. J. R. M. no puede apoyarse en la familia. Al contrario: vive con su hijo, que está en paro, y su nieto. El primero aún recibe la prestación por desempleo, pero la cuantía (unos 400 euros) va destinada íntegramente a la hipoteca y a un crédito, herencia de una burbuja y un país que se endeudó más de lo aconsejable.

No hay salida

"No encuentro salida, no la encuentro", repite J. R. M. Aparentemente no está abatido. Pero mientras habla jadea con frecuencia (es asmático) y en sus ojos se aprecia el cansancio por todo. Dice que está al límite de su capacidad psicológica desde que perdió el IAI. Su problema es doblemente grave porque tiene que costearse las medicinas de su enfermedad.

"Tengo un montón de medicinas", explica mientras saca un papel con un listado de nombres impronunciables. "El importe asciende entre 40 y 80 euros al mes y no sé qué va a pasar a partir de ahora". Paradójicamente, sus medicinas eran gratuitas cuando cobraba el IAI. Ahora que no lo tiene, le hacen pagarlas. Es algo que le frustra, según cuenta, porque no tiene sentido. Primero la comarca y luego la farmacia le costearon los productos. Pero ahora no sabe de dónde va a sacar el dinero. Y tiene que seguir tratándose..

Por si no fuera suficiente, tampoco le llegará la beca de libros y comedor para su nieto. Cumple los requisitos, pero tampoco hay dinero. Y la de comedor es esencial en una situación así, asegura. El mismo problema tiene Miguel. Él tiene dos hijos y comenzarán el colegio en septiembre. Tampoco tendrá beca de comedor. Y ahora, tampoco tiene IAI.

"Estoy rebajándome a lo mínimo, es una situación muy difícil", asegura. La madre de sus hijos les abandonó hace años. Desde entonces tuvo que dejar su trabajo y cuidar de los pequeños, ambos menores de cuatro años. "He recibido ofertas de trabajo, pero las he tenido que rechazar", asegura. Se muestra preocupado y afligido por sus hijos. Trata de que no les afecte. Según él, no son conscientes de su situación.

Golpe psicológico

Mientras habla, Miguel hace hincapié en la dureza psicológica de su drama. "No saben lo que le están haciendo a la gente", opina. "Lo peor es que te quitan la ayuda pero no te dicen si te la van a devolver. Si dijeran que la congelan durante unos cuantos meses, una fecha concreta, podrías planificarte, pero de este modo es muy difícil". Está al borde del abismo y la incertidumbre le come por dentro.

Ni él ni J. R. M. tienen con qué seguir adelante. Están asustados, en una situación límite y sin apoyos. El único que tenían se ha esfumado y quién sabe si volverá. Son la cara de una crisis que no hace prisioneros. Bien lo saben ellos, porque, al igual que en otros tiempos y en otros lugares que no eran España, no saben cómo van a conseguir comer un día más.