Opinión | el triángulo

Un término medio mal entendido

Media España está de vacaciones. La Semana Santa permite hacer un parón primaveral, aunque este año haya coincidido con tiempo invernal. La recién estrenada estación de las flores llega con unos días de asueto que muchos disfrutan en el pueblo, en la playa o en un vuelo chárter. No es nada nuevo, pero algunos se empeñan en subrayarlo cada año y aprovechar para volver a plantear el debate sobre el catolicismo de los españoles.

Como en prácticamente todos los ámbitos de la vida, el paso del tiempo ha desdibujado las líneas entre bloques y las opiniones puras. Nada es sí o no; admite mejor un «a veces sí, otras no». Creo que muchísimas de las personas que salen a la calle a ver las procesiones lo hacen más por gusto que por fe, es decir, por tradición familiar, por atracción de la imaginería, por el sonido de los tambores o por el silencio en las entradas y recogidas de los pasos. Habrá quien viva estos días con recogimiento y devoción, pero intuyo que pesan muchas más cosas que las creencias religiosas única y exclusivamente.

Lo mismo ocurre, desde mi punto de vista, con otras tantas cuestiones sobre las que se presupone una orientación ideológica determinada. Los estereotipos han quedado anticuados porque la sociedad ha evolucionado, ni más ni menos. Una formación académica, profesión, clase social o vestimenta no es indicativa de nada en la mayoría de ocasiones. Sin duda existen casos en los que sí será lo que parece, pero en otros muchos no y eso descoloca a quien desea que nada cambie. Si no ya me dirán por qué algunos han acuñado el término «cuqui» para referirse a una parte del electorado progresista con un cuidado por la estética no atribuido hasta ahora si no es con la única intención de intentar desacreditarlo y ridiculizarlo. Si no ya me explicarán también por qué entre los votantes de partidos de derechas hay obreros de clase media baja que se sienten más cercanos a empresarios potentados que al frutero inmigrante al que le compran la verdura.

El término medio no está bien visto y está siendo mal entendido. Los discursos extremistas e incendiarios acaparan más atención que los sosegados y constructivos. Cuántos parlamentarios han pronunciado alocuciones edificantes y conciliadoras y no han tenido trascendencia más allá del diario de sesiones. Sin embargo, cuántos minutos dedicamos a darle vueltas a cualquier barrabasada que sale de la boca de quien sabe que su dislate dará que hablar. Los tontos diciendo tonterías embelesan, los malos expresando maldades despiertan morbo, y los inteligentes, que son quienes habitualmente imponen cordura entre tanta alharaca, acaban claudicando.

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