Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Aragón

Aragón llega a su día grande tras un período de revitalización autonomista protagonizada por el anterior gobierno de Javier Lambán, y muy particularmente por el propio Javier Lambán. Su defensa de las competencias estatutarias y de la identidad de la comunidad frente a la competencia desleal y a la manipulación histórica de otras ha sido oportuna y constante.

En sus interesantes memorias, Lambán apela a la necesidad de entroncar la actualidad con el origen de nuestras reivindicaciones autonómicas, con aquellos mágicos años que, tras la muerte de Franco, significaron el nacimiento del Aragón autonómico y un renacimiento político e ideológico de la región que pasaba a ser comunidad autónoma.

Hoy, tras cuarenta años largos de Transición, Aragón puede presumir de representar a la España autonómica más constitucional. A pesar de que sus representantes no estuvieron siempre a la altura de las circunstancias (algunos llegaron a votar contra la autonomía o a favor del trasvase del Ebro) siempre ha dispuesto de voces tan sonoras como capacitadas para viajar con buen rumbo por el Estado autonómico.

Ese timón o altavoz, esa bandera está ahora en manos de Jorge Azcón. Un político con experiencia y presencia, al cabo de la calle de los entresijos de la administración e ilusionado con los nuevos proyectos que ese Aragón tecnológico y digital exige para renovar nuestra economía.

Como los anteriores presidentes aragoneses, deberá Azcón lidiar con el Gobierno central toda clase de partidas y de acuerdos. Siendo esa, sin duda, una de sus principales tareas, tampoco será menor la de acrecer la identidad y prosperidad del pueblo y territorio que gobierna. La conservación y difusión de nuestros símbolos, de nuestra cultura, patrimonio e historia exigen atención y gestión permanentes y sensibilidad para valorar en todo momento esa herencia muy por encima de los cantos de sirena de la globalización. Porque Aragón tiene fuentes propias, raíces profundas y, sobre todo, una personalidad definida, la de un pueblo que lo ha sido todo, reino, imperio, corona, y que quiere seguir siendo modelo de la más libre manera de entender la interpretación del pasado, de la convivencia en el presente y de los sueños del futuro.

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