Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Los ‘habitus’ de Sánchez y Ayuso

Cuando la prensa preguntó a Ayuso por la acusación de fraude fiscal contra su novio, intentó aparentar fortaleza

Contaba Bourdieu que, en un acto público que tuvo lugar en el Béarn, un conocido político sorprendió al auditorio pronunciando unas frases en occitano, lengua que conocía bien, como el resto de los parroquianos, pero que no se usaba nunca en actos así por ser considerada inferior al francés. Solo debido a su acreditado buen conocimiento y uso del francés pudo admitirse el original gesto de pronunciar varias frases en occitano. Es más, la deferencia para con una lengua tan humilde no hizo sino mejorar su reputación. Por el contrario, cualquier nativo del occitano que hubiera tenido problemas con el francés, si hubiera sido colocado ante un auditorio, habría intentado aparentar solvencia con dicha lengua y ocultar su trato habitual con la otra. En tan forzado contexto, el gesto de deferencia habría sido imposible

Según Vicente Verdú, una extraña moda se extendió entre las gentes de las clases altas hace algunas décadas. Debido al claro reconocimiento de su alta extracción social no tenían que hacer el esfuerzo de vestir grandes marcas para aclararla. Al contrario, para poner más distancia frente a quienes sí necesitan de esos signos de distinción, pasaron a exhibir vestuario comprado en centros comerciales de masas. Un advenedizo no habría podido realizar ese gesto, pues la falta de certeza acerca de su condición social real, que las prendas de marca siempre intentan ocultar, habría salido inmediatamente a la luz. Principalmente porque ante el nerviosismo de tener que aparentar lo que no es, el arribista seguramente habría sobreactuado y esto le habría delatado. Solo alguien que pertenece sin ningún asomo de duda a una clase alta puede manifestar su condición bajo prendas impropias, mientras que los impostores, al carecer de ese hábito, que se pega a la piel y al espíritu como un guante lo hace a la mano, no pueden simularla.

Del mismo modo, en relación con el poder, caracterizado por su frialdad y falta de sensibilidad, pues desde Maquiavelo sabemos que hasta la traición y la trampa forman parte de su virtud, como solo el varón tiene una relación «natural» con él, puede permitirse el lujo de desvelar sus afectos, lo cual incluso puede mejorar su imagen pública. Por el contrario, la mujer, puesto que su vínculo con el poder es menos evidente, debe ocultar con disciplina sus sentimientos y ha de pulir la apariencia de frialdad para no ser considerada una advenediza e incluso padecer la burla, como le ocurrió a la ex primera ministra finesa Sanna Marin tras aparecer en un video cantando y bailando con sus amistades.

Debido a esa desigualdad de varones y mujeres pudo Sánchez confesar que estaba muy enamorado de su compañera y no disimuló su vulnerabilidad cuando un juez admitió la acusación de su esposa por corrupción. Por el contrario, cuando la prensa preguntó a Ayuso por la acusación de fraude fiscal que había cursado la hacienda pública contra su novio, intentó aparentar fortaleza diciendo que tenía derecho a dormir en la cama que quisiera.

En fin, que mientras Sánchez pasea su amor y fragilidad, sin que ello le desacredite como político, más bien al contrario, Ayuso se prohíbe mostrar ambas cosas porque no puede permitirse arriesgar tanto. Por eso convirtió su noviazgo en un simple asunto de cama. Que tanto el uno como la otra solo hayan tratado de sacar tajada política es lo de menos. Lo importante es el diferente habitus que influye en sus pantomimas.

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