Afirman los entendidos que el éxodo urbano ligado al confinamiento y el estado de alarma puede terminar por ser flor de un día. No se refieren, en el caso de Aragón, a la creciente área metropolitana que se aprecia fácilmente en Zaragoza y que poco tiene que ver con el dichoso virus. Esta va ligada especialmente a componentes económicos, a la huida del estrés o a las posibilidades que ofrecen todas esas localidades que están a un paso de la urbe en cuestión. Un paso en coche, se entiende. «A 15 minutos del centro estoy», se oye decir con cierta frecuencia a aquellos de Villanueva de Gállego, Utebo o Cadrete, por decir. Por ahí empieza el recuento de los nuevos que apenas han visto en las otras localidades de la comunidad, las de la mayor minoría. «Se han empadronado personas que no lo estaban, pero apenas hay gente nueva. En la mayoría de los casos ya estaban relacionados con el pueblo y ahora han preferido, por motivos económicos u otros, registrarse aquí», dicen desde el Jiloca, donde la situación es parecida en los términos de Daroca, Monreal, Calamocha o San Martín. Sirva esta comarca como ejemplo, la mayoría está igual.

Esa sensación de la vuelta al pueblo no es tal pues, según se confirma en distintas visiones. Eso sí, nadie se atreve a hacer una previsión, ni siquiera aproximada, del efecto último que dejará la pandemia. La realidad se verá el día después, cuando explote la burbuja. «A fecha de hoy no sabemos qué impacto va a tener. Si la pandemia se quedara para siempre, las decisiones serían más firmes, pero el horizonte que vemos ahora indica que para otoño vamos a tener una situación más normal, por lo que es posible que este éxodo no tenga tanto efecto», explica Vicente Pinilla, director de la Cátedra sobre Despoblación y Creatividad.

Calle Mayor de Cariñena, este domingo, tras la tormenta. MARCOAN CAMPOS

«Sí puede tener efecto en el sentido de que haya gente que se proponga algo que no lo hubiera hecho en otras circunstancias. El teletrabajo, por ejemplo, es algo que muchos no se podían ni plantear. Pero la situación ha cambiado y a más de uno le permite no tener que moverse todos los días», indica Pinilla, que entiende que puede haber un efecto «a corto plazo», pero recuerda que es necesario que haya zonas con cobertura de fibra, buenas comunicaciones e infraestructuras, y que en la gran mayoría de los casos se encuentre en torno a las ciudades, que en el caso de Zaragoza se puede cifrar en unos 30 minutos.

Esa media horita corta ha provocado, por ejemplo, que la capital de la comunidad esté estancada en cuanto a población desde hace 10 años. «De hecho, si no hubiera sido por la llegada de inmigrantes desde el extranjero, estaría perdiendo población sistemáticamente. Lo que ha ocurrido es que se ha ido generando esa pequeña área metropolitana, con municipios como Cuarte o Leciñena, que están muy cerca y en los que se buscan otras cosas», incide el catedrático de Unizar. Visto así, Zaragoza tiene potencialidad para que este movimiento le afecte. «No es nada raro, ha pasado ya en otras grandes ciudades», aclara.

Segundas residencias

Por aquí viene esa primera conclusión del éxodo urbano que más parece una efímera expatriación, con la excepción ya dicha de aquellos que se han replanteado la vida. «Hoy en día es normal que la gente elija vivir en su segunda residencia, cambie el empadronamiento e incluso viva a caballo de sus dos domicilios. Aunque si no tienes un vínculo especial con determinado sitio, es difícil que alguien elija ir a vivir a un pueblo».

Susana Ramón, presidenta de la comisión de pequeños municipios de la Federación Aragonesa de Municipios, Comarcas y Provincias (FAMCP), comparte ideas: «Es poca gente la que ha decidido venir al pueblo. En situación de pandemia es muy fácil decirlo, pero si no tienes un plan de futuro, una vivienda, un trabajo y unos servicios equiparables a los de la ciudad, pues no vas a decidir quedarte en el pueblo. Hay que poner medios para que quienes decidan voluntariamente que se van a ir al pueblo puedan desarrollar su teletrabajo, su conciliación, etcétera».

Vecinos de Ateca preparando el coche para viajar. MARIMAR FLOREN

La vuelta al campo «ha tenido mucho impacto mediático», pero si la gente no tiene las condiciones para vivir «con cierto equilibrio respecto a las zonas urbanas, o no irán o se volverán cuando se ponga freno al covid», zanja Pinilla.

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Por último, aquellos que se plantean salir de la ciudad son básicamente quienes tienen trabajo y se lo pueden llevar fuera, al menos de una manera parcial o temporal. No lo harán, sin embargo, quienes no lo tengan o perciban el riesgo de perderlo. No está el asunto como para correr aventuras en un contexto económico que acabará muy probablemente en recesión. Y si es así, si la regresión es profunda, tanto las expectativas como las oportunidades volverán a estar en la ciudad. 

Jóvenes, parejas y familias con hijos, el perfil ideal para la repoblación

El creciente interés por la vida rural ha propiciado la aparición de numerosas webs en las que se busca un perfil y se ayuda a los interesados. Las personas a las que van dirigidas estas ofertas son, sobre todo, jóvenes con un claro espíritu emprendedor; parejas o familias con hijos; e incluso personas flexibles, con capacidad y disposición para ocuparse de una o más tareas en el pueblo. Con la llegada de los urbanitas, los municipios persiguen un rejuvenecimiento y la apertura de nuevos negocios que acabarán por dar un mayor poder de atracción a la zona. Los negocios que se ofrecen suelen ser bares y albergues, o el fomento de autoempleo por la necesidad que hay en algunos gremios como pueden ser electricistas o carpinteros.