desentrañando los secretos de la máquina de guerra

Matemáticas para derrotar a los nazis

Dos doctores de la Universidad de Zaragoza desentrañan el trabajo «extraordinario» de quienes lograron desencriptar las comunicaciones de Hitler. Uno de los españoles implicados acabó su vida en Jaca, oculto

Los matemáticos Paz Jiménez y Manuel Vázquez.

Los matemáticos Paz Jiménez y Manuel Vázquez.

Gonzalo Sánchez

Antonio Camazón (1901-1982) vivió y murió como un fantasma. Aunque él era un espía. Es posible que el nombre de este criptógrafo no les suene, pero su figura fue tan importante como las armas o los ejércitos en la segunda guerra mundial. Camazón dirigió el Grupo D, un comando de criptógrafos dedicados a desencriptar las comunicaciones alemanas, trabajando de forma clandestina desde la Francia ocupada.

Enigma era el nombre de una de las máquinas de guerra más poderosas de los nazis. No era un cañón ni una bomba, sino algo que cabe dentro de una mochila. Era el aparato con el que los alemanes cifraban todas sus comunicaciones, y lo que Camazón y su equipo interceptaban y desencriptaban. La máquina sigue siendo tan compleja que es necesario un ordenador de los actuales trabajando un mes a pleno rendimiento para descifrar varias frases.

Así lo han comprobado Paz Jiménez Seral y Manuel Vázquez Lapuente, dos doctores de Matemáticas de la Universidad de Zaragoza que recordaron al Grupo D en una ponencia celebrada en la Universitat Politècnica de Valencia. «Es extraordinario que Camazón y su equipo pudieran desencriptar los mensajes tan rápido», explica Jiménez.

«Camazón vivió dos guerras en ocho años: la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial», explica Jiménez. Se exilió de España y dejó en su casa una biblioteca extraordinaria, con 800 libros escritos en 150 idiomas, muchos de ellos en lenguas muertas.

Campos de concentración

Huyó tras la victoria de los fascistas y dio con sus huesos en un campo de concentración en el sur Francia, donde se hacinaban los refugiados españoles. Desde allí se las ingenió para que unos trabajadores que recogían residuos mandaran una carta por correo al ministerio. La carta alertó a los militares y el jefe del servicio secreto, Gustav Bertrand, que visitó el campo y sacó de él a Camazón. Las semanas siguientes visitó todos los campos y rescató de ellos a seis criptógrafos españoles más.

Un grupo de espías polacos había descubierto, semanas antes de la invasión, qué máquina estaban usando los alemanes. Ahora se trataba de replicarla para poder descifrar los mensajes, y ya estaban trabajando en ello en Francia. Bertrand decidió formar tres grupos: el de los polacos, el de los ingleses (dirigido por Alan Turing) y el «Grupo D», de los españoles, dirigido por Camazón, pese a que era el único que no tenía formación militar.

Antonio Camazón, junto al grupo de espías españoles y polacos.

Antonio Camazón, junto al grupo de espías españoles y polacos. / el periódico

Comenzaron a trabajar en el PC (Puesto de Comando) Bruno, a unos 20 kilómetros de París. «Camazón veía esto como una segunda oportunidad para acabar con el fascismo en Europa. En España ya había ganado Franco, pero había que seguir peleando», cuenta Jiménez.

Alemania conquistó Francia, y el grupo se desplazó a Argelia para continuar con su labor de espionaje. Tras unos meses vieron que estaban demasiado lejos, así que tenían que volver a Europa. Bertrand eligió un castillo al sur de Francia, y durante años continuaron espiando de forma clandestina; Camazón y su equipo trabajaban mientras Bertrand garantizaba la seguridad. Lo que hicieran aquellos españoles era clave para el resultado de la guerra.

Tras ocho años de trabajo la guerra acabó, y Camazón acabó trabajando en un puesto importante del Ministerio de Exteriores francés, como recompensa por los servicios prestados.

Nadie supo de la existencia de estos espías cruciales para la guerra hasta 30 años más tarde. En los años 70 los gobiernos francés e inglés desclasificaron sus archivos. «Los polacos fueron reconocidos como héroes nacionales, los ingleses también. Pero en España fue todo lo contrario. Tuvieron que ocultarlo hasta el final de sus vidas porque si volvían les podían atacar y perseguir. Camazón decidió volver para jubilarse en Jaca, y debió ser muy duro para él renunciar a sus principios», explica Paz Jiménez.

No hay prácticamente nada en la ciudad que recuerde la hazaña de Camazón y su grupo de espías.

No había homenaje ni memoria que los recordara, aunque se planteó instalar una placa en el cementerio de Jaca en su recuerdo. Allí yacen, de hecho, sus restos, tras residir durante quince años en la capital de La Jacetania.

De hecho, los nombres de los 6 espías restantes no se conocieron hasta el año 2019, gracias a una investigación de RTVE que tuvo acceso a unos documentos clasificados. El resultado se publicó en el documental Equipo D, Los códigos olvidados.