SUCESOS EN ARAGÓN

Desaparecidos en Zaragoza: "El tiempo es oro"

El Grupo de Desaparecidos investiga las ausencias voluntarias, involuntarias y forzosas de personas

Los agentes trabajan con la mayor celeridad posible para dar con su paradero

Desaparecidos en Aragón: buscar desde el primer momento

Ni un segundo que perder

Crimen 8 La Policía encontró cerca del CaixaForum el cadáver de un bebé de ocho meses, asfixiado por su madre. | JAIME GALINDO

Crimen 8 La Policía encontró cerca del CaixaForum el cadáver de un bebé de ocho meses, asfixiado por su madre. | JAIME GALINDO / a. t. b.

Con cierta frecuencia, las farolas de Zaragoza quedan empapeladas de carteles informativos sobre alertas por desaparecidos. En los papeles siempre figura el rostro del ausente en cuestión y algunos de los datos más básicos que ayudan a dar con su paradero. Suele ser lo habitual: la mayoría de estas intervenciones tienen un final feliz. Pero existen otras desapariciones un tanto inquietantes al incurrir en indicios delictivos, tal y como ha sucedido recientemente con el bebé de ocho meses que fue asfixiado por su madre –Tatiana Diguele Nuñez (España, 1993)– para que dejara de llorar. También se encontraba en paradero desconocido el presunto homicida de la calle Lastanosa –T. J. I. L. (España)– hasta que, este martes, llamó a su hija y esta se encontró con un cadáver acuchillado en el 5ºA del número 23. La investigación de todo ello, de lo delictivo y de lo voluntario, corre a cargo del Grupo de Desaparecidos de la Jefatura Superior de Policía de Aragón y, a los mandos, se encuentra una mujer que prefiere mantener su nombre en el anonimato al codirigir también el Grupo de Atracos. «El tiempo es oro», se arranca en declaraciones ante EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

Su equipo de trabajo está integrado por otros seis compañeros que, más allá de los robos perpetrados con armas de fuego, también se centran en la investigación de las desapariciones. Viven «en alerta» y, antes de explicar cómo actúan ante estos casos, desmonta ese mito tan manido de que hay que esperar 24 horas para denunciar una desaparición. También aclara que no siempre tiene que haberse incoado una denuncia para empezar a trabajar. En algunas ocasiones, los propios familiares lo comunican a los policías que patrullan a pie de calle y, en otras, son estos últimos quienes se percatan de actitudes extrañas entre los viandantes.

Pueden haberse perdido como consecuencia de un proceso de deterioro cognitivo. Son las catalogadas como desapariciones involuntarias –«realmente no quieren desaparecer, pero las circunstancias cognitivas les hacen ausentarse sin ningún motivo aparente», precisa–, también protagonizadas por quienes sufren enfermedades mentales. A la orden del día está el aumento de estos episodios tras la pandemia, algo que también constatan desde este grupo. «Se han incrementado las enfermedades mentales y las desapariciones están muy vinculadas», dice la jefa de la unidad.

En mayor medida se encuentran con las desapariciones voluntarias, «la mayoría», y también existen las llamadas forzosas, un porcentaje «pequeño». Todas ellas les llevan a actuar con la mayor «celeridad» y «rapidez» posible porque el tiempo juega en su contra. Cuando la maquinaria comienza a funcionar, los investigadores se entrevistan con los familiares y el entorno social del desaparecido con la intención de recabar la mayor información posible. También consultan su actividad en las redes sociales y comprueban si ha llevado a cabo movimientos bancarios. Preguntan por adicciones y últimas ubicaciones. Nunca dan «nada por hecho». No caben conjeturas. Solo certezas.

Al mismo tiempo que llevan a cabo todas estas gestiones, mantienen un contacto estrecho con la familia en el que entra en juego la sensibilidad y el factor humano de cada uno de los agentes. «La familia necesita su duelo también. No hay un fallecido pero, al fin y al cabo, una desaparición es una ausencia», reitera.

Todo ello lo ha aprendido en poco tiempo porque solo lleva unos meses al frente del Grupo de Desaparecidos. También ha conocido la cara más amarga. «Siempre que no encuentras a una persona tienes una espina clavada porque no sabes en las condiciones en que se encuentra», dice. ¿Algún caso concreto? «El de Rosa María», responde. ¿Cómo? «El día de Año Nuevo desapareció una señora y no hemos logrado encontrarla. Fue complicado porque carecía de teléfono móvil y de medios de pago que pudieran dejar algún rastro. No la hemos encontrado», prosigue. «Pero seguimos buscándola», finaliza.

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