SEGURIDAD CIUDADANA

Los vecinos de Épila y los robos: "Estamos dejados de la mano de Dios"

Los vecinos viven con "miedo" una situación de delincuencia a la que llevan haciendo frente desde hace varios años

Los asaltos a las casas son los golpes que más preocupan ahora a los residentes al ver peligrar su seguridad

El "hartazgo" vecinal vuelve a Épila con una veintena de robos en un solo mes: "Esto no hay quien lo pare"

La inseguridad en el medio rural de Aragón se dispara con el aumento de robos en casas

La propietaria de una tienda de dulces muestra la caja registradora que le robaron en febrero y que la Policía Local ha recuperado recientemente.

La propietaria de una tienda de dulces muestra la caja registradora que le robaron en febrero y que la Policía Local ha recuperado recientemente. / JAIME GALINDO

La labor de los bares, las panaderías o las peluquerías de los pueblos va más allá del establecimiento donde beber una cerveza, comprar la barra de pan y las tortas de cucharada o tintarse el pelo. Son puntos de reunión, los llamados mentideros, donde los vecinos se arremolinan casi a diario para hablar sobre el nieto, las vacaciones o la polémica del partido de fútbol de la noche anterior. En Épila hace años que la delincuencia y el vandalismo copan buena parte de estas conversaciones y de ello ha sido testigo EL PERIÓDICO DE ARAGÓN al desplazarse a la localidad zaragozana ante las últimas oleadas de robos que ahora también incluyen el asalto a las viviendas. «A mí no me ha tocado aún, pero me puede tocar en cualquier momento. Esto es continuo», dice una jubilada. «Una amiga mía se fue a trabajar y, cuando volvió por la noche, le habían entrado en casa», añade otra.

Detrás del mostrador, quien les sirve algo de verdura y otro poco de fruta se ha declarado pocos minutos antes víctima de uno de estos golpes al recibir la visita de los amigos de lo ajeno la medianoche de un día de mediados de febrero. «Escuché unos golpetazos fuertes y, cuando me asomé, vi una pata de cabra metida en la puerta. Les escuché hablar y no llegaron a entrar», recuerda. «Esto ya viene de lejos, pero lo de las casas... no habíamos llegado a tanto. La mía no ha sido la única, han entrado en muchas más y si entran estando en casa...», suspira.

Parece que solo les sorprenden estos últimos robos en casas porque, del resto, da la sensación de que andan bastante acostumbrados. «Igual nos daba un sitio que otro, pero esto no se había visto nunca. ¡No tenemos Guardia Civil!», exclama una de las jubiladas. «En este pueblo estamos acobardados. Roban en casas, en bodegas y en todo lo que les viene en ganas», comenta otra anciana al recoger una caja de fresas. Entre ellas recuerdan el reciente asalto a una granja de gallinas camperas del municipio de la que se llevaron pienso e incluso animales. Es una de esas novedades que se comenta esta semana en el bar, la panadería o la peluquería.

Cerca de este ultramarinos, a escasos 50 metros, la propietaria de una tienda de dulces todavía guarda la piedra con la que dos encapuchados rompieron el cristal de la puerta para acceder al interior, sustraer la caja registradora con cien euros de los cambios y aprovechar para cargarse de bebidas energéticas. De eso no hace más de tres semanas. «Ahora soy otra más del pueblo, tenía que entrar dentro del bombo de los robos», se resigna. «Que un pueblo tan pequeño sea una ciudad sin ley...», añade.

La propietaria de una tienda de alimentación sirve verdura y fruta a una anciana, que dice vivir con "miedo".

La propietaria de una tienda de alimentación sirve verdura y fruta a una anciana, que dice vivir con "miedo". / JAIME GALINDO

También hay quien no da puntada sin hilo y aprovecha la presencia de la cámara de fotos para acercarse e intentar amainar la tempestad de impotencia que transmiten los vecinos. «No nos pasa ni más ni menos que en otros municipios de la provincia con similar población», defiende Martín Llanas, el que fuera alcalde de Épila desde 1979 a 2015. «Somos un pueblo con un gran futuro, pero debemos trabajar internamente para terminar con los robos sin desprestigiar el presente. No podemos coger esa fama de: ‘Épila, la capital del crimen’», prosigue.

«No contamos para nadie»

Pero hay quien mantiene un negocio abierto al público desde hace varios años y no quiere caer en el discurso del silencio para no poner en peligro el desembarco de gigantes empresariales, como es el caso de BonÀrea. «La gente de los pueblos estamos totalmente dejados de la mano de Dios, sobre todo, en seguridad. No contamos para nadie y parece que nos tienen así hasta que nos pudramos», lamenta una carnicera. Y no alza la voz en vano. En diciembre le robaron parte de la carne de cordero y de cerdo que custodiaba en la sala de despiece de una de sus naves y, el año pasado por esas mismas fechas, fue víctima de «lo mismo». «Estamos sin Guardia Civil y, la semana pasada, sin cartero. Solo pedimos lo que nos corresponde», reivindica.

Son muchos autónomos los que exponen este descontento, tal y como refiere el propietario de una tienda de electrodomésticos al enseñar en su teléfono móvil el momento exacto en el que las cámaras del local captan cómo dos personas se llevan varias bombonas de butano. Y a modo de anécdota comenta que ha cedido a un vecino, de forma gratuita, una vivienda de su propiedad para evitar quebraderos de cabeza por los robos. «Para que me la cuide y para olvidarme de aquello», aclara. «¿Saben lo que es ir a allí y cada vez preguntarme: ‘¿Que habrán hecho hoy’?», lamenta.

Y es que, inevitablemente, pocos quedan exentos de la «psicosis» de los asaltos a las casas. «Yo tengo un vecino al que le han entrado ya tres veces», dice la trabajadora de una empresa de telefonía con sede en el consistorio que, el año pasado, sufrió el robo de 1.900 euros por parte de tres encapuchados. «El día que no roban le pegan fuego a un coche. ¿Lo próximo qué será», se pregunta.

Una carnicera de Épia sufrió, en vísperas de Navidad, el robo de carne de cordero y de ternasco que guardaba en la sala de despiece de una de sus naves.

Una carnicera de Épia sufrió, en vísperas de Navidad, el robo de carne de cordero y de ternasco que guardaba en la sala de despiece de una de sus naves. / JAIME GALINDO

A los delincuentes hace frente una raquítica plantilla de la Guardia Civil que, en Épila, echa en falta a la mitad de sus compañeros (cinco de diez) porque el Ministerio del Interior acumula varios meses sin cubrir las vacantes. En paralelo, el consistorio epilense impulsó a finales del año pasado la puesta en marcha de la Policía Local con un oficial jefe –David Colchero– y cinco agentes que patrullan a diario por las calles de la localidad. «El trabajo de la Policía Local se va notando y ha bajado la importancia de los robos», resume Colchero, quien pone en valor el trabajo de su unidad para «disuadir» a los amigos de lo ajeno y agilizar «la primera respuesta». También adelanta que, cuando se constituya la próxima Junta Local de Seguridad, propondrán que la Policía Local pueda recoger las denuncias para luego derivarlas al Instituto Armado.

Y no es una cuestión baladí la incoación de las denuncias porque, hasta hace bien poco, el puesto de la Guardia Civil de Épila carecía de horario de oficina por la falta de agentes. «Según Delegación no denunciábamos. ¡Pero cómo íbamos a denunciar!», finaliza indignada una carnicera. «El miedo existe», reiteran otros. 

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