Actor y dramaturgo. Fundador de Els Joglars. Presidente de Tabarnia. Esta semana volvía al Principal de Zaragoza con ‘Diva’, una ópera inspirada en la última etapa de la vida de María Callas. Acaba de publicar ‘El duque’. Regala originalidad y titulares.

Ha vuelto al teatro Principal de Zaragoza con ópera y con su ‘Diva’.

Desde que deje la dirección de Els Joglars –en 2012– me dediqué a la lírica, porque es lo que se acercaba al teatro como una de las bellas artes. Era algo que ya deseaba hacer. El teatro ha perdido parte de su dimensión sociológica. Eso ya lo cubren los medios. Ahora, le queda el arte, la poesía, la idea de provocar una emoción.

Y, ¿por qué eligió la historia de la Callas? Es más, ¿por qué elegir su ocaso?

Hay una cierta intención que tiene que ver con uno. Yo tengo una edad superior a la que tenía ella cuando acabó su vida. No me fallan las neuronas pero me fallarán. María Callas vivió esta situación, por una circunstancia distinta, por una historia de desamor. Onassis la dejó colgada.

¿Su Onassis es Cataluña?

Mi desamor con Cataluña es total y absoluto. Ahora mismo, me cae más simpática cualquier región de Francia. Tengo que hacer esfuerzos para no detestar el lugar donde nací. El impulso natural es amar el lugar donde se ha nacido. El problema es cuando este impulso se descontrola y empieza a ser un motivo de insolidaridad, de enfrentamientos, de xenofobia. Es la parte patológica del amor al terruño. Lo hemos conocido en el siglo XX, que es el más sanguinario de la historia de la humanidad. Y lo ha sido por los nacionalismos. Por lo tanto, aquí está el problema.

¿En la política ve mucho teatro?

Teatro malo, hipocresía... En Grecia a los comediantes, les llamaban hipócritas. Además, el procés, como obra, cada vez está menos interesante y más degradada. Es el antiteatro.

Aunque le importe «un comino», como dijo el miércoles en el Principal, le voy a preguntar por los indultos del ‘procés’.

(Risas) Supongamos que los indultos quieren darlos para intentar que siga la coalición de partidos. Son un poco autoindultos, para pacificar. Y eso sí es un inmenso error. Los indultos no servirán para esto sino para dar más alas. Esto es un problema mucho más serio. Y solo tiene una solución generacional: que los niños que tienen 8 o 10 años se enfrenten a esta sociedad, a sus padres y sus políticos. Que digan: «No me adoctrinéis con esas memeces».

Se refirió a eso con sorna como los juicios de Montserrat-Nuremberg.

Me referí a esto. A la idea de que hay una degradación moral, que se dedica a estimular el odio. Lo que les gusta es joder a España. Y España ha asumido que a Cataluña se le deben cosas, que fue la máxima víctima del franquismo. Ni Almería, ni Murcia… ¡Cataluña! Como si los catalanes no hubieran sido franquistas.

Desde aquellos tiempos, usted tuvo problemas con la autoridad. Fundó Els Joglars en 1962 y pocos se libraron de su sátira: ni Puyol, ni el clero, ni Franco. Hasta pasó por la cárcel y logró fugarse.

Forma parte de lo que soy. Hace 1.400 años, Aristófanes parodiaba a a los dioses griegos. Lo que pasa es que hay una parte que no se quiere poner a mal con el poder porque eso arriesga su supervivencia económica. En la dictadura, había una censura oficial. Ahora los Gobiernos no tienen necesidad: consiguen la autocensura. Logran que nos propios artistas se autocensuren, porque buena parte de su actividad está financiada por instituciones oficiales. Y, además, hay una censura estimulada por la propia sociedad. Existen tabús por todas partes. A uno se le escapa una broma y es crucificado en las redes.

Hablando de redes, hace un año se despidió de Twitter. Pero de lo que sí ha tenido tiempo es de escribir un libro: ‘El duque’.

El duque de Segorbe y yo somos muy amigos. Es un hombre formidable, enormemente culto. Pensé que era importante mostrar esta personalidad a la gente y no se me ocurrió una cosa mejor que hacer un libro. Es mi mejor libro. Son 300 páginas que te lees en un santiamén.

Este año de pandemia también se ha enfrentado cara a cara con el dichoso virus, que pasó en su casa del Ampurdán.

Pasé el virus con fiebres muy altas, no con neumonía, pero con inquietud, por esa sensación de que te puede matar. Y sí, vivo en una masía de la que no salgo mucho, salvo para coger el Ave. En Cataluña ya no tengo más de tres o cuatros amigos. Mi agenda social ya no existe.

Siempre tiene Aragón a tiro de piedra...

Lo cierto es que en Zaragoza, Els Joglars tenía uno de sus públicos más fervientes. Además, mi abuela era de Tolva. Hablaba catalán y era aragonesa, como mi abuelo, que era de Velillas, al lado de Huesca. Durante los 40 años que vivieron juntos una hablaba en catalán y el otro en castellano. A veces se intercambiaban la lengua para decir una inconveniencia. Mi abuela lo hacía para decirme: «¡jodido granuja!».