Aproximadamente en 1303, antes de abordar La divina comedia, su obra magna, a Dante Alighieri le dio por ensayo y escribió De vulgari eloquentia, texto dedicado a demostrar la necesidad que tenía Italia de una lengua poética capaz de competir en expresividad con la literatura escrita en latín. Bien, pues del título de ese libro ha tomado su nombre el ensemble Eloqventia, que el domingo, dentro del festival En el Camino de Santiago, ofreció en el exterior de la ermita de Salas, situada en medio de la huerta oscense, un concierto espléndido con el programa Poder a Santa María, armado alrededor de ocho cantigas de las más de 20 que Alfonso X el Sabio dedicó justamente a Nuestra Señora de Salas. Las piezas proceden del Códice de los Músicos, conservado en la biblioteca de El Escorial, que recoge 406 cantigas (con la notación musical e ilustradas con 40 miniaturas) de las 427 que se atribuyen al sabio rey.

El excelente contratenor Gabriel Díaz; Lixsania Fernández (viella y voces); Efrén López, el músico que todo lo toca (zanfona, cítola, ud y arpa); David Mayoral (dulcimer y percusión) y Alejandro Villar (flautas, sinfonía y dirección) dieron forma a Eloqventia, cuya actuación tuvo tanto despejo y desenvoltura como su nombre. La extraordinaria conjunción de instrumentos y voces hizo que cada pieza fluyese como la corriente de un río musical cuya cadencia sonora envolvía al espectador. De las cantigas seleccionadas, dos fueron instrumentales, como carentes de texto sonaron también las cuatro composiciones anónimas que completaron el repertorio: estampidas; o sea, músicas o danzas populares de los siglos XIII y XIV. En ese recorrido brillaron sueltos los miembros de Eloqventia, dando la razón al personaje del Gobernador en El retablo de las maravillas cuando afirma que “¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!”. Las mismas calidades cervantinas que mostraron cuando entraba en juego Gabriel Díaz, cuyo canto sonó en Salas con la claridad de un amanecer despejado y el poderío de un trueno entre montañas.

En fin, que bien valió emplear la tarde del domingo en acudir a Salas para disfrutar del talento poético y musical del rey Alfonso (o de sus escribanos, pues parece imposible que sin ayuda tuviese tiempo de escribir y componer tanto y tan bueno) y del de ese quinteto de exégetas de la modernidad de lo antiguo llamado Eloqventia. Si para el Borbón protestante Enrique de Navarra París bien valía una misa, para los espectadores de En el Camino de Santiago Salas bien mereció cantigas tan brillantes