OPINIÓN

Guardando las distancias: Sueño de una noche de verano

¿Qué ayuda para un ecosistema cultural fuerte y poderoso dos meses de programación intensa?

El Festival Amante de Borja, multitudinario cada verano.

El Festival Amante de Borja, multitudinario cada verano. / EL PERIÓDICO

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

Llega el verano y parece que lo que vende es decir que se ha acabado con la sequía cultural y empezar a programar sin descanso a lo largo de toda la comunidad. Así a bote pronto es lo que viene siendo la cultura festivalera que se ha impuesto en los últimos años y que ni siquiera la pandemia pudo llevarse por delante.

Aragón también apuesta por los festivales, los hay prácticamente de todos los tipos y son muchos los ayuntamientos los que apuestan sin fisuras por ese modelo para convertirse en protagonistas durante un fin de semana. Por supuesto, hay festivales y festivales, pero quizá uno echa en falta una reflexión profunda sobre el modelo. Cuando digo profunda me refiero a analizar el estado de la cuestión, ser capaces de poner en una balanza los aspectos positivos y negativos de esta avalancha y, sobre todo, ser coherentes con la sociedad en la que vivimos para llegar a concluir si el actual es el modelo al que debemos aspirar.

¿Una saturación negativa?

Y aunque esta reflexión debería tener muchos matices, en este caso, me estoy refiriendo exclusivamente a la parcela cultural. Sin entrar a valorar la calidad de las propuestas y su pertinencia la realidad es que, actualmente, hay una saturación más que evidente de festivales. La consecuencia es que los más fuertes sobreviven y se permiten todavía esa independencia de programación mientras que en un escalón inferior se correr el riesgo de una uniformidad que no traería nada positivo a la cultura.

Pero ese pensamiento también debería dirigirse al público cultural. ¿Qué ayuda para generar un ecosistema cultural fuerte y poderoso el que tengamos dos meses de programación intensa en buena parte de la comunidad? No sé cuantificar cuánto, pero a priori uno tiende a pensar que si fuéramos capaces de construir una programación durante los doce meses del año seríamos capaces, primero, de llegar a más público, y, segundo y más importante, de penetrar de manera más clara y directa en un potencial público que debe ser el que alimente el sistema cultural. Un tejido que, aunque parece que siempre se tambalea y nunca cae, necesita más que nunca que se le aporte aire. Y este si de las instituciones no llega (no soy muy optimista con lo que ha de venir) tendrá que recibirlo desde el público. Si se caen todas las patas, solo nos queda echarnos a temblar.

Modelo cultural

Por supuesto, no estoy diciendo que haya que acabar con los festivales ni que yo no sea el primero que disfruta con ellos. Lo que simplemente digo es que se impone una reflexión del modelo cultural que queremos sostener y mantener entre todos para que el día de mañana no nos llevemos una sorpresa cuando creamos que el verano cultural es lo mejor del mundo y vivamos el resto del año en un páramo.

Relacionado con esto pero al margen, el domingo pasado EL PERIÓDICO DE ARAGÓN recogía dos opiniones (la de la consejera de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza, Sara Fernández; y la de la asociación Procura) sobre lo que debe ser la política cultural durante los próximos cuatro años. Dos visiones tan antagónicas que cuesta hasta encontrar un punto en común entre las dos. Quizá por eso creo que es urgente el replanteamiento de un sector y de los responsables de la política cultural para conseguir que Aragón no sea fuegos de artificio sino la casa de un tejido cultural cada vez más fuerte y en constante crecimiento. ¿Estamos en ese punto actualmente? Feliz verano.