Crítica de Javier Lahoz de 'Nadie en esta tierra': Los que no perdonan

Víctor del Árbol vuelve a hacer gala de su seductora prosa en una novela llena de arrojo y tesón

Javier Lahoz

La nueva novela de Víctor del Árbol, 'Nadie en esta tierra', está llena de arrojo y de tesón, lo que ciertamente es una constante en el conjunto de su obra. Raro es el personaje de su creación que no luche por vivir a costa de lo que sea y a costa de quien sea, aunque a veces haya algunos que se conformen meramente con sobrevivir, que no es poco dadas las circunstancias a las que suelen enfrentarse. Es un autor que escarba en los entresijos de la memoria y que encuentra bajo un sinfín de capas el horror que se aloja en la pesada mochila que cada uno arrastra y de la que no conseguirá jamás desprenderse. Escribe con una fuerza que maravilla, con rotundidad y con pasión, con la entereza y con la lucidez de los más grandes, como si fuera testigo directo de lo escabroso y de lo inaudito y gustara de señalar episodios que nadie más ha visto ni oído.

La prosa de Víctor del Árbol es seductora, porque construye imágenes demoledoras, de esas que vistas en la pantalla grande exigirían un giro de cabeza que obligara a no mirar y a coger aire. Sabe darle a cualquier gesto su verdadero significado, sin disimulos ni disfraces. A ver quién es el listo que se atreve a negar ahora el arrollador poder de las palabras, que sellan miradas frágiles y temerosas, que recrean escenarios llenos de soledad, que descubren miedos que paralizan y embrutecen, y que definen sin ningún titubeo a quienes muestran su brazo ejecutor. Leer sus libros me inquieta a la vez que me hipnotiza. No es una contradicción, sino más bien una conjunción de elementos. Con unas estructuras muy estudiadas, despliega todos los medios cuando se trata de rascar en lo profundo y de plasmarlo acto seguido como si nada.

Ayudando a descubrirse

Es un escritor que domina el oficio, y lo digo con certezas. Conozco bien sus novelas, desde el principio. Y las difundo, también desde el principio. A día de hoy me siguen ayudando a descubrir y a descubrirme. Cuando aludo a sus textos no siempre logro expresar lo que en realidad quiero expresar porque es delicado acceder al mundo de los otros, observarlo y comprenderlo. Pero en sus líneas he aprendido que leerle supone recuperar algo de nosotros mismos, reencontrarnos con momentos de debilidad o de flaqueza y entender que la fragilidad más extrema puede nacer de un incidente que permanece grabado en la memoria desde tiempos inmemoriales. Construye sus historias con valentía y le gusta saltar de época para demostrar que el pasado y el presente se dan la mano a la vez que sus protagonistas se dan la espalda.

No pretendo hacer en absoluto una sinopsis del argumento de este nuevo trabajo, publicado por la editorial Destino, pues merece ser conocido en primera persona por cada uno de vosotros. Víctor del Árbol muestra una galería de personajes que, jóvenes o viejos, inteligentes o necios, vivos o muertos, arrastran numerosas cuentas pendientes. Y las van a saldar, vaya que sí, pisando con firmeza y arrasando lo que queda en pie. Y a los que quedan en pie, no hay problema en no hacer excepciones. La trama es un puzle en el que, como debe ser, hay más piezas de lo que parece en un principio, nada de acomodar al lector en la linealidad y empujarle a adivinar la que se le viene encima. Pero también es cierto que dicho lector jamás podrá sentirse engañado o manipulado. La claridad prima y las dudas escasean. Será seguramente porque la claridad permite tomar rápidas decisiones y las dudas contribuyen a la humanización.

Estar alerta es un privilegio

Me gusta estar alerta en sus novelas y sentir cómo se concentra cierta presión en la boca de mi estómago. Que eso lo provoquen las palabras es un lujo al que nadie debería renunciar. Saber elegirlas es la esencia de quienes se acaban convirtiendo en referentes. Hay orden dentro del desorden. Hay lugares que hablan por sí solos. Hay miradas que rugen y miradas que permanecen en el fondo de un cajón. Y ambas son reconocidas sin dificultades por los lectores, ávidos de pasiones irrecuperables y de paisajes recuperados. Todo eso y mucho más emerge desde las profundidades abisales y oscuras en las que se refugian los secretos del ayer.

No tardo en evocar a autores clásicos que se agolpan en mi mente, pero a la par sé que estoy leyendo a alguien que ha construido un mundo propio y que tiene entidad en sí mismo. Un hombre al que admiro porque cuando le escucho, de viva voz o sobre el papel, me percato de que me queda todo por aprender. Soy un privilegiado. Conservo momentos únicos de firmas y de presentaciones, y una valiosa amistad que me enriquece y me engrandece. Y como dato anecdótico, también un paraguas que un día dejó olvidado, que yo recogí, y que se ha convertido en regalo. Me gusta pensar en lo mucho que llueve en sus libros. En algunas páginas puede oírse cómo las gotas se estrellan contra el cristal y cómo la intemperie acecha sin rubor. Me gusta que ese paraguas esté conmigo. Me gusta, en definitiva, que los libros de Víctor del Árbol estén conmigo. 

‘NADIE EN ESTA TIERRA’                

Víctor del Árbol        

Ediciones Destino

440 páginas

20,90 euros