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Crítica de Javier Losilla del Festival Periferias: Teoría general del flamenco del siglo XXI

El festival oscense ha lanzado este año una nueva mirada a la cultura gitana

Niño de Elche, en su concierto del sábado en Huesca.

Niño de Elche, en su concierto del sábado en Huesca. / festival periferias

Javier Losilla

Javier Losilla

El festival oscense Periferias ha tirado este año por lo gypsy, por la cosa gitana, o sea, solo que dicho a lo anglo, que siempre suena más internacional y menos bronco en un país al que le cuesta admitir las diferencias. El grueso del programa musical periférico se desarrolló el sábado en el Palacio de Congresos, en una maratoniana jornada, una marca de la casa que probablemente debería ser revisada en próximas ediciones, por el bien del público (escaso, pese a una oferta muy atractiva) y de los artistas (cantar a las tres de la mañana no siempre predispone para facturar un buen concierto), con el flamenco como argumento y la construcción de lo jondo como tesis.

A saber: pese a la aportación gitana y a la histórica asociación de música y étnica, el flamenco no tiene dueño exclusivo y tanto payos como gitanos han participado activamente en su génesis y desarrollo. Así que a ver si terminamos de una vez por todas con la vaina esa del apropiacionismo. O sea, que pese a las distancias conceptuales, tan flamenco es Niño de Elche como Mariola Mebrives; Perrate como Crudo Pimento, y Esther Weekes como Marcela.

Niño de Elche cerró la tanda de conciertos coincidiendo más o menos con el cambio de hora, dejándole a DJ Gufi, encargado de echar el cerrojo, un papelón de órdago, por el cansancio de los espectadores que ya empezaban a considerar el momento de hacer mutis. Acompañado por DJ Phraan, Niño de Elche eligió un programa con alta dosis de improvisación y atravesado por el tecno. Tras un inicio de lo que podríamos llamar canto monacal o de alcoba, transitó por los recitados y los juegos vocales (¡esa voz que aún hoy algunos consideran carente de hondura!), los fragmentos sonoros (el neobarroco siempre presente) y ese flamenco de fiesta campestre nocturna y clandestina como la pieza 'El ravero', rematada,o casi, por abrumadores verdiales. Cerró su espectáculo de rodillas, casi como un mártir asaeteado por el ritmo. A este Niño hay que echarle de comer aparte.

Fue eso después de que la trinidad formada por Perrate y el dúo Za! reventaran todas las costuras del flamenco pasado, presente y venidero, en gozoso encuentro entre la negritud vocal y musical de Perrate y la pareja formada por Edi Pou y Pau Rodríguez, de nombre artístico Za!, nietos o bisnietos de Frank Zappa, y zapadores ellos de estructuras musicales que combinan ruidismo y teoría de las catástrofes, electrónica, free jazz y retazos de world music.

Comenzó la cosa entre el público, a golpe de trompeta y percusión casi como de Semana Santa y terminó tal cual: con los músicos rodeados por los espectadores como en el final de una romería. Y en medio, ay, en medio: el sentido, la búsqueda y la furia al unísono con la voz de Perrate (también percusionista) exprimiendo seguirillas, bulerías y otras especies en un viaje arrebatador y ultramarino. Flamenco sin dejar de serlo, porque es radical (de la raíz), como debe ser, y rizomático. Primitivismo del siglo XXI. 

Perrate, en el concierto que ofreció el sábado en el marco del Festival Periferias.

Perrate, en el concierto que ofreció el sábado en el marco del Festival Periferias. / festival periferias

¿Unas alegrías en inglés? Más o menos. Esther Weekes, artista londinense afincada en Sevilla, cantante y bailarina (en este punto le costó arrancarse) que mete su jazz y bues en los patrones del flamenco. Otra forma de enganche, otra manera de enlazar músicas que participan de un sentimiento próximo y que interactúan sin que la cosa chirríe. Esther y sus acompañantes, en la frontera en la que se cruzan las pasiones.

Esther llegó tras la vitaminada, aderezada, picante y brutalista de Raúl Frutos e Inma Gómez, murcianos ellos que responden en escena por el nombre de Crudo Pimento, y que llegaron a Periferias acompañados por la voz y a guitarra flamenca de Paco Frutos. Crudo Pimento son historias que te golpean en la nuca y músicas de guitarras distorsionadas, bajo de golpe bajo, acúfenos y esa caja mágica de pimentón de la que puede salir cualquier sonido. Sonidos que tienen su origen en el folclore, el rock más oscuro, algunos cantos rituales y, por supuesto, el flamenco. Sirva como botón de muestra esos perturbadores 'Verdiales carmelitanos', que parecen cantados por el mismísimo diablo. Quienes no conocían a Crudo Pimento se asombraron por el hecho de que Raúl, al mismo tiempo, cante y toque la guitarra y la batería. Y expertos y neófitos coincidieron en que habían asistido a un concierto abrumador.

Un cabaret muy personal

La noche, tras una cena apresurada después de la actuación de Marcela, la abrió la extraordinaria Mariola Membrives, presentado (y más) las canciones de 'La Babilonia', su disco más reciente. La guitarra y las programaciones del muy notable músico Javier Pedreira acompañaron a su voz. Mariola es una intérprete en el doble sentido de cantante y actriz. Teatral es su puesta en escena y sus recursos a la hora de cantar también se nutren del arte de Talía. Así, la belleza de su voz adquiere nuevos matices y coloraturas. Su espectáculo participa no poco del cabaret, pero ojo, de un cabaret muy personal y dramático. Lorquiano, deberíamos decir. A Lorca, a quien tan bien ha cantado recurrió en un par de ocasiones para completar el estimulante repertorio de sus canciones más nuevas, entre ellas, una fulgurante versión de 'Nací en Álamo'.

Y antes de todo lo contado, a las ocho de la tarde, actuó Marcela Cissarova, gitana eslovaca residente en Francia, nieta de un aristócrata que adoptó la vida nómada de su esposa romá. Marcela (voz profunda y puro nervio) y su grupo organizaron una verbena balcánica para deleite de un público al que las canciones populares no les resultaban desconocidas, pues han sido reinterpretadas mil veces por ese gran fagocitador llamado Goran Bregovic.