OPINIÓN

Guardando las distancias: Los pitos que ya parecen de otro siglo

Lejos quedan aquellas galas en las que a Jerónimo Blasco no se le dejaba ni hablar

La gala de los Premios de la música aragonesa de este 2024.

La gala de los Premios de la música aragonesa de este 2024. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

En febrero de 2010, hace ya catorce años, el Teatro Principal de Zaragoza acogió la gala de los Premios de la música aragonesa. Cuando Jerónimo Blasco, entonces consejero de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza y unos cuantos cargos más, subió al escenario a entregar el premio de Mejor solista, el ruido fue atronador. Es una expresión literal, no se le dejó hablar, le fue casi imposible dar el discurso en el que iba a hablar de las ayudas del consistorio a las salas o de la flexibilización de las licencias (entonces, se había decretado el cierre de la sala Arrebato). «Algunas cosas que hacemos se saben y otras no», terminó diciendo el consejero tras repetir en varios ocasiones que «le dejaran acabar su discurso». Entonces, a Jerónimo Blasco se le achacaba que solo se fijara en los grandes eventos y que dejara de lado al sector.

Esta misma semana, el 19 de marzo, los Premios de la música aragonesa volvían a celebrar su gala de entrega en el Teatro Principal de Zaragoza tras unos años de gira por el territorio. Ya en la parte final de la misma, una de las presentadoras, Irene Alquézar, se quejó abiertamente de los recortes culturales decretados en los últimos meses como la rebaja del 40% en ayudas del ayuntamiento o el desmantelamiento de la programación cultural de Etopia. El público aplaudió consistentemente. Caprichos del guion, o lo que fuera, a continuación le tocó subir al escenario a la actual concejala de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza, Sara Fernández, a entregar uno de los premios. Fue recibida con aplausos y nadie interrumpió su discurso en el que defendió la política del consistorio en la que, en su opinión, se defendía al sector y se la ayudaba mucho. Qué iba a decir, claro. Más aplausos y a otra cosa. Situación similar se vivió con la consejera de Cultura del Gobierno de Aragón, Tomasa Hernández.

¿La sociedad dormida?

Obviamente, no es algo que ponga en duda ni mucho menos, al sector no le ha sentado bien que se haya decidido recortar un 40% las ayudas desde el ayuntamiento que pueden poner en peligro algunas actividades de las que se realizan y otras medidas tomadas en estos seis meses desde que Natalia Chueca es la alcaldesa, pero la realidad es que las quejas, hasta ahora al menos, han sido con la boca pequeña.

Y la sensación que queda es que es muy sencillo recortar fondos en cultura y suprimir cosas porque «ya llevan mucho tiempo» y que esa sociedad dormida de la que hablan muchos expertos está más vigente que nunca hoy en día en determinados aspectos. Baumann ha estudiado mucho lo que él llama la sociedad líquida y ella también lleva implícita un temor al cambio, a que las cosas varíen y no sean para mejor. Algo que provoca directamente la paralización del sujeto a la hora de movilizarse para tratar de cambiar las cosas.

El simbolismo como prescriptor

La del martes fue una noche de celebración de la música en torno a la que, es verdad, se congregó buena parte del sector cultural y, no lo olvidemos, también público consumidor de la oferta cultural de la ciudad, y es cierto que pitar o no a un político en un acto así no es más que un acto simbólico, que no va a servir para cambiar nada y menos las políticas que ya han decidido (y hasta ejecutado). Pero, a veces, la presencia de estos símbolos o su ausencia, es un termómetro de hacia dónde va caminando la sociedad. Al final, va a resultar que es muy fácil recortarle a la cultura que, por otra parte, está acostumbrada a la resiliencia y a a vivir en el filo. De la sociedad también depende pedir cuentas de la política cultural decidida por los que mandan. 

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