El 8 de febrero de 1911 murió en Graus el político e intelectual Joaquín Costa. Con su voz ronca y fuerte, siempre fue un azote incansable contra las hordas conservadoras y contra los que querían evitar a toda costa el avance del país para no perder sus privilegios. Fue célebre y temido por su gran personalidad y carácter, de ahí el apodo de 'El León de Graus', localidad a la que se trasladó a los pocos años de edad aunque había nacido en Monzón.

Le tocó vivir la época de la Restauración, etapa marcada por el turnismo de dos grandes partidos, que eran el Partido Liberal y el Conservador, agrupaciones políticas con grandes intereses comunes, siendo sus diferencias, pequeños matices como el mayor o el menor apoyo a la Iglesia. Las elecciones estaban tan manipuladas que siempre las ganaba el partido que las convocaba. Por ello, acordaron con el apoyo de la Corona alternarse en la convocatoria de elecciones. No se elegían varios diputados por provincia como ocurre actualmente, sino que España estaba dividida en 400 distritos y en cada uno de ellos se elegía a un diputado. Esto hacía que los candidatos conocieran casi con nombres y apellidos a los votantes de sus distritos y les permitía todo tipo de coacciones o incentivos a sus electores. Había distritos en los que ni siquiera se votaba porque solo se presentaba un candidato. Así pues, las elecciones no eran más que una pantomima, sobre todo en el medio rural, mucho más fácil de controlar.

Sin libertad de cátedra

No existía tampoco la libre enseñanza, sino que estaba controlada por la clase dominante y la Iglesia. La libertad de cátedra por aquel entonces brillaba por su ausencia. Los hijos de las grandes fortunas podían librarse del servicio militar obligatorio con una contribución económica. Esto hacía que los que fueran a las guerras y murieran en ellas, como las de Cuba o Marruecos, fueran solo los hijos de las clases bajas. También le tocó ver cómo España fue uno de los países en los que más tarde se abolió la esclavitud; y la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en el famoso Desastre de 1898. En esta España, Costa fue un humilde labrador, hijo de campesinos, que conocía bien a su pueblo, por el que siempre luchó; y que mediante los estudios, elevó su condición, saliendo de la pobreza y convirtiéndose en uno de los políticos más brillantes e influyentes de su época.

Después de obtener en Huesca el Bachillerato y hacerse maestro y agrimensor, se licenció y se doctoró en Madrid en Derecho y en Filosofía y Letras. Pese a su brillantez, nunca consiguió una cátedra en la Universidad de Madrid, pues no estaba dispuesto a doblegarse, sino que creía firmemente en una enseñanza avanzada y laica, libre de la injerencia política y eclesiástica.

Joaquín Costa, obra de Victoriano Balasanz (1913). El Periódico

Esto hizo que se vinculara a la Institución Libre de Enseñanza, fundada por su buen amigo Francisco Giner de los Ríos, donde explicó Historia de España y Derecho Administrativo. Siempre apostó por la educación y la ciencia, a la que consideraba motor del progreso, siendo sus mayores enemigos los caciques, que querían mantener a la gente ignorante y hambrienta para que no menguara su poder y su riqueza. Sus escritos, tanto de historia, como de derecho y política, fueron muy apreciados por los mayores intelectuales de la época. Sin embargo, sabía que para poder actuar y ser eficaz contra la miseria había que entrar en el sistema y participar en política.

Fue con el Desastre de 1898 y la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico cuando caló su discurso político de que España era un país de segunda fila, una nación que estaba a merced de las potencias del momento. Su lema era «doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar», pues cuando EEUU entró en la guerra apoyando a Cuba, los políticos españoles y la prensa nacional vendían que se iba a machacar a EEUU, ya que «Dios estaba con nosotros y no con esos cerdos protestantes»; también por nuestra gloriosa tradición naval y porque éramos descendientes del Cid y de Viriato.

Escuela y despensa

Su solución a los problemas de España los resumía en su lema «escuela y despensa».

Vinculaba mucho la regeneración con el progreso del sector agrario y la utilización del agua. Según Costa, los suelos de España son poco fértiles y había que utilizar los recursos para hacer llegar el agua donde no la había y no en guerras. Aragón hizo suyo este discurso porque era un territorio con zonas desérticas o semidesérticas, convirtiéndose en el núcleo de muchas de las reivindicaciones aragonesistas del primer tercio del siglo XX.

Costa fue uno de los máximos representantes del regeneracionismo, un movimiento que tenía como fin el modernizar España. Tras la derrota en la guerra de Cuba, todas las críticas regeneracionistas fueron evidenciadas y vistas por los españoles. Por eso, ese movimiento que en un principio era solo apoyado por intelectuales se transformó en un partido político llamado La Unión Nacional. Este partido duró muy poco, pero Aragón fue protagonista en su fundación gracias a figuras como Costa y Basilio Paraíso, y buena parte de su programa perduró durante todo el siglo XX.