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Ramón y Cajal en Cuba

El científico aragonés cumplió en Cuba parte de su servicio militar

Busto de Ramón y Cajal en la Gran Vía zaragozana a la que ahora da nombre.

Busto de Ramón y Cajal en la Gran Vía zaragozana a la que ahora da nombre. / Andreea Vornicu

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

En la noche del 9 al 10 de octubre del año 1868 se produjo el llamado Grito de Yara, que marcó el inicio de la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande de Cuba, y que se alargó entre ese año hasta final en 1878. Por entonces, Cuba era parte integrante de España y, tras haber perdido en las primeras décadas de ese siglo XIX la mayor parte de su antiguo imperio, la isla caribeña era la joya de la corona de los territorios de ultramar que todavía tenía la metrópoli española. Una isla que era vista con ojos golosos por los cercanos Estados Unidos, aunque de momento todavía tendrían que esperar para intervenir, pues todavía se estaban recuperando de las secuelas de la Guerra de Secesión (1861-1865).

Comenzaba así la primera guerra de independencia de una Cuba donde todavía seguía existiendo la esclavitud en los grandes latifundios y plantaciones de caña de azúcar. Mientras tanto, en la España peninsular no corrían tiempos más tranquilos, pues apenas diez días antes del inicio de la guerra cubana había triunfado la Revolución Gloriosa provocando que la reina Isabel II de Borbón se marchara al exilio el 30 de septiembre. En los años siguientes vendrían la elección de un nuevo monarca por las Cortes constituyentes como fue el italiano Amadeo de Saboya, su abdicación, la proclamación de la Primera República, el inicio de una nueva guerra carlista y las insurrecciones cantonales.

En este complejo contexto iniciamos este pequeño apartado de la historia de Santiago Ramón y Cajal, quien en el año 1906 consiguió el Premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre las neuronas, siendo todavía hoy considerado como uno de los padres de la neurología a nivel mundial. Pero eso todavía le quedaba lejos a un joven Santiago, polifacético, de una gran fortaleza física y al que le encantaba hacer deporte. En el año 1870 toda su familia y él se trasladaron a la ciudad de Zaragoza donde comenzó sus estudios de Medicina en la universidad zaragozana, licenciándose con éxito en junio del año 1873, prácticamente recién estrenada la efímera Primera República Española. En ese momento contaba con 21 años, y justo en ese momento fue llamado a filas para realizar el servicio militar obligatorio en lo que se conoció como la Quinta de Castelar haciendo referencia a Emilio Castelar, el por entonces presidente de la República.

Retrato de Santiago Ramón y Cajal de Joaquín Sorolla 1906. Museo Provincial de Zaragoza

Retrato de Santiago Ramón y Cajal de Joaquín Sorolla 1906. Museo Provincial de Zaragoza / EL PERIÓDICO

A pesar de la impopularidad de este servicio obligatorio y de que su abolición era una de las mayores reclamaciones de los españoles en aquellos años, Castelar tuvo que echar mano a un llamamiento a filas extraordinario dada la situación política y bélica del momento. A las ya mencionadas guerras de Cuba y rebelión carlista, se unía ese verano la proclamación de varios cantones y su enfrentamiento al gobierno central.

Los primeros meses de Ramón y Cajal realizando el servicio militar los pasó en la misma Zaragoza, donde aprovechó para presentarse a una oposición del Cuerpo de Sanidad Militar en la que habían sacado 32 plazas y obtuvo la 6ª posición entre los 100 candidatos que se presentaron. Gracias a ello fue nombrado médico segundo y oficial, siendo destinado al regimiento de Burgos que, en ese momento, se encontraba acuartelado en Lérida para defender los Llanos de Urgel de los ataques carlistas. Tras pasar allí unos meses, llegó el año 1874 y Ramón y Cajal fue entonces destinado a Cuba alcanzando el grado de capitán. Su padre, el también médico Justo Ramón Casasús, le había conseguido varias cartas de recomendación con el objetivo de que su hijo pudiera obtener un mejor destino en aquella lejana guerra, pero Santiago rehusó utilizar aquellas influencias y, a pesar de su grado de capitán, recibió uno de los peores destinos de la isla. Tuvo que abandonar la ciudad de La Habana para marchar a la enfermería de Vistahermosa en la provincia de Camagüey, una región pantanosa y llena de mosquitos que estaba haciendo, junto al clima tropical, verdaderos estragos entre la tropa española que sufría más bajas por enfermedades como el paludismo que por la propia guerra.

Allí tuvo que enfrentarse también a la corrupción que aquejaba a los mandos y a las administraciones civil y militar, que aprovechaban su posición para quedarse con comida y suministros que luego revendían mientras los soldados y enfermos carecían de todo ello. Al final, el propio Santiago acabó enfermo siendo diagnosticado en 1875 de caquexia palúdica grave, por lo que fue declarado como no apto para el servicio militar y regresó a España a mediados de ese mismo año. Aún tuvo que sobornar a su vuelta a un funcionario para que agilizara los trámites para conseguir que se le pagaran las pagas atrasadas por su servicio militar. Unas pagas con las que financió la compra de un microscopio, un microtomo, reactivos químicos y colorantes con los que habilitó su propio, aunque modesto laboratorio, iniciando el camino de sus investigaciones de las neuronas y al Premio Nobel.

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