El Real Zaragoza ha dejado atrás un año deportivo elevado a un ficticio éxito deportivo y no digamos económico. No es falso que logró una salvación vital ni que las rebajas de la deuda impulsadas por la antigua Ley Concursal han permitido que su corazón siga latiendo. Tampoco que la actual y feliz situación en la Liga y en la Copa, producto de un equipo y un entrenador que trabajan de sol a sol con modestia y furioso empeño colectivo, dejen entreabierta la puerta de un futuro rebozado de optimismo. Sin embargo, el Real Zaragoza no se ha bajado aún del alambre electrificado por el que Agapito Iglesias le ha obligado a realizar piruetas suicidas.

No nos confundamos entonces. Al club le esperan deudores que deberán cobrar puntualmente cuando se abra la ventanilla legal, cuestión que con Agapito de por medio deja una gruesa nube de sospecha, y el equipo de Manolo Jiménez está a medio camino de las dos competiciones en las que se halla inmerso. Subirse ahora a lomos de la euforia, por lo tanto, supone un ejercicio de una enorme inconsciencia. En este sentido, el técnico y el vestuario conservan los pies en el suelo, lo que es un alivio y una muestra de sensatez profesional que guía también el pulso de la afición, que disfruta del momento sin perder la perspectiva. Otra cosa es el máximo accionista, que va por libre sin perder de vista la pieza.

La supervivencia en este largo éxodo provocado por las penurias económicas depende de lo deportivo, recorriendo el camino inverso a la era Agapito. Así, el Real Zaragoza que gana fuera, pierde en casa y gusta por su espartana solidez, que se ha alejado del azufre de las tres últimas plazas con siete puntos de renta, necesita cerrar al menos un par de importantes grietas disimuladas por un grupo muy definido de futbolistas titulares sin recambios de auténticas garantías.

La dependencia de Hélder Postiga es una bendición porque sus goles son el maná. El portugués marca para las victorias y emboca la pelota en la red en la franja horaria importante. Ni uno de esos tantos han sido complementos de los triunfos. Teniendo en cuenta que la segunda línea apenas da en la diana --solo lo hizo en el partido de Vallecas de manera contundente--, la altura del luso es monumental para este equipo, tanto como lo sería su ausencia por una hipotética lesión o sanción a largo plazo. La intermitencia humana y física de Aranda, que quiere marcharse despúes de haber conseguido un papel estrella de secundario, amanaza con reducir todo el potencial atacante a Postiga.

Si la salud y la inspiración acompañan al luso en lo que resta de curso, todo saldrá seguramente a pedir de boca. No obstante, sería una imprudencia dejar de lado la prevención. El Real Zaragoza debe aprovechar el mercado de invierno para buscar un punta que iguale o mejore las prestaciones de Aranda aunque este decida quedarse finalmente. Se conocen las estrecheces de capital y lo escaso de la oferta. Es en este tipo de tesituras cuando se ha de agudizar la pericia necociadora y selectiva, interponiéndose a cualquier intervención de un propietario que contempla este plazo de adquisiciones como un recreo personal.

El escudero de Postiga tiene que ser un refuerzo, seguramente distinto y sin tanto acierto como el del ariete zaragocista, que garantice en la medida de lo posible que, de ocurrir una contrariedad o sin que ni siquiera suceda, el equipo disponga de un referente con solvencia atacante. El otro boquete, menos visible quizás por la omnipresencia de un magnífico Movilla y los toques con cuentagotas de calidad de Apoño --todo un manantial en San Mamés--, se localiza en la sala de máquinas. Esta pareja carece de herederos. José Mari contiene y Zuculini corre, pero son futbolistas a años luz del Pelado y el malagueño.

Romaric era el elegido por deante de Movi. El fiasco de su fichaje, un fracaso que se procura tapar con continuas excusas infantiles y partes médicos que ocultan una indudable lesión o indisposición física o psisomática, ha hecho que todo el peso de la columna vertebral del equipo recaiga en un jugador a punto de cumplir 38 años que está como un chaval y en otro cuyo rendimiento flota sobre su espíritu guadianesco. Como en el caso de Postiga, si ambos aguantan, perfecto, aunque lo más previsible es que sufran la lógica erosión de un gasto superlativo. Aquí hay que abrir otro capítulo para el refuerzo, un centrocampista no solo con pulmón sino también con pinceladas de jerarquía. No vendría de más abrir una investigación sobre el tema del costamarfileño, que ahora se va con su selección para bochorno ético de a quien corresponda.

La estabilidad, tan luchada y elaborada, hay que mantenerla. El Real Zaragoza vive días de legítima alegría con pizcas de entusiasmo. No obstante, la plantilla reclama un delantero y un centrocampista para sellar ese par de grietas en el casco de una embarcación que en su honrada navegación no deja de ser humilde, condición que al conocerla y asumirla hace más inteligentes a sus tripulantes.