Pedro Fernández Castillejos nació en Zaragoza el 19 de octubre de 1952. Su madre no podía hacerse cargo de su crianza y lo abandonó al igual que a sus tres hermanos. La primera etapa de su vida la pasó en el hospicio de Calatayud. Más o menos al cumplir los 10 años fue trasladado al Hogar Pignatelli de la capital aragonesa. Conocido ya como Perico Fernández se proclamó campeón de España de boxeo en marzo de 1973, campeón de Europa en julio de 1974 y campeón del mundo en septiembre de ese mismo año. En julio de 1975 dejó rodar en Bangkok la corona mundial ante el tailandés Saensak Muangsurin en el octavo asalto. En ese momento no había cumplido los 23.

Se retiró el 30 de agosto de 1987 después de 15 años como boxeador profesional. Ayer murió a causa de un sinfín de dolencias entre las que destacaban el alzhéimer y la diabetes. Llevaba algo más de dos años internado en el centro neuropsiquiátrico Nuestra Señora del Carmen, a las afueras de Zaragoza. Tenía 64 años. Estaba bajo la tutela de la DGA. Le apasionaba pintar, cosa que no hacía nada mal, y desde que dejó el boxeo logró subsistir a trompicones gracias a la venta de sus cuadros y dibujos.

Murió a causa de un sinfín de dolencias entre las que destacaban el alzhéimer y la diabetes

Hasta aquí el minirrelato de fechas y hechos objetivos y más o menos conocidos de la trayectoria de un deportista español que logró llegar a lo más alto de su especialidad. A continuación, unos párrafos dedicados principalmente a las nuevas generaciones, a aquellos a los que el nombre de Perico Fernández Castillejos, Perico, les dice poco o nada. Quienes más o menos han sabido de su figura ya tienen claro que representa un ejemplo paradigmático de lo que se conoce como un juguete roto, alguien que nació carne de cañón y falleció en la miseria pese a tocar la gloria con las manos en un momento de su vida.

"Esa es la puta verdad de mi vida"

Antes de expirar definitivamente, Perico ya estaba muerto para buena parte de una sociedad que apenas le recordaba y en la que nunca consiguió encajar como ciudadano de a pie. Tocó fondo tantas veces que (casi) todo el mundo lo olvidó con más rapidez de lo que merecía su palmarés. Pero también es cierto que él puso mucho de su parte para que su vida fuera una tremenda cuesta abajo. «He sido vago, muy vago, y muy golfo. No lo puedo negar. Esa es la puta verdad de mi vida», reconoció a este periodista en torno a unas cañas una tarde de invierno, poco antes de Navidad del 2011; un arranque de sinceridad, mucha tristeza y quizá algo de arrepentimiento inusual en él. Su historia sería perfecta para una de esas películas de Hollywood de mugriento guion que se regodean con la peor cara del deporte.

Pero a quienes aún no saben quién fue en concreto Perico Fernández hoy es un buen día para explicarles que son muchos los que le consideran el mejor deportista aragonés de siempre. Se proclamó campeón de España, de Europa y del mundo de boxeo cuando este era deporte rey en este país. No tenía nada que envidiar al fútbol. Y en una época, la década de los 70, donde los ídolos de la sociedad española era muy contados (Rocío Jurado, El Cordobés, Manuel Orantes, Ángel Nieto y poco más). Perico fue abrazado por un régimen franquista que en sus últimos coletazos no perdía ocasión para la buena propaganda.

Puntos de inflexión

Su popularidad fue tal, que por ejemplo tenía que entrar al cine cuando la sesión ya había empezado y marcharse justo antes de terminar la película. En muchas ocasiones se cubría la cabeza con un casco de moto para no ser reconocido por la calle. En los buenos tiempos, mientras duraron, todo el mundo le aclamaba. Era un fenómeno social.

Su popularidad fue tal, que por ejemplo tenía que entrar al cine cuando la sesión ya había empezado y marcharse justo antes de terminar la película

Su habitual presencia en los programas de la televisión estatal hicieron el resto. Sus humildes orígenes, su trayectoria vital y su forma de ser (espontáneo, directo, tozudo, algo malhablado y para colmo tartamudo) allanaban el camino a una figura que atraía los focos tanto arriba como abajo del ring. Era una bicoca para la prensa, incluida la del corazón (su boda con Rosa María Benedicto en 1976 fue un hito mediático espectacular).

En su carrera es fácil encontrar varios puntos de inflexión, pero quizá el más determinante fuera el combate de Bangkok en el que perdió el título mundial de los superligeros. En el octavo asalto se rindió literalmente a Saensak Muangsurin. «La calor, ha sido la puta calor», alegó después en referencia a la tremenda temperatura que se alcanzó en el National Stadium aquel día de julio del 75 (algún testigo presencial habló de 50° centígrados). Tras una llegada a la cima fulgurante, Perico provocó una tremenda decepción al arrojar voluntariamente su corona. En el año 74, en tan solo 58 días, se había proclamado campeón de Europa, revalidado ese título y logrado el cetro mundial. Doce meses después, lo perdía ante un experto en lucha tailandesa pero no en boxeo y era sancionado por la federación española por falta de combatividad.

Tras aquello, Perico alargó su carrera profesional 12 años más, volvió a proclamarse campeón de Europa y de España, pero ya nunca volvió a ser «el mejor del mundo», como a él le gustaba presumir. Alternó combates para el recuerdo con esperpentos y, en paralelo, su vida privada también fue un viaje por un tobogán de difícil control.

"¡Está vivo!"

Cuando dejó el ring desapareció del mapa para el gran público. Enfocó su vida hacia la pintura y mal que bien sobrevivió gracias a la ayuda, por no decir donativos, de una serie de personas que en general nunca le abandonaron. Le compraban los cuadros casi sin mirarlos y se preocupaban de que tuviera lo mínimo para salir adelante.

En 2011 trascendió que estaba recogido en un burdel, donde el propietario le permitía dormir cada noche en una de las camas una vez que las chicas hubieran terminado su jornada laboral

Como en su existencia nunca ha habido un momento tan lamentable que no fuera susceptible de empeorar aún más, en septiembre del 2011 el campeón volvió a ser protagonista de grandes titulares. Trascendió que estaba recogido en un burdel, donde el propietario le permitía dormir cada noche en una de las camas una vez que las chicas hubieran terminado su jornada laboral. De la noche a la mañana recuperó un sitio en la memoria colectiva de su ciudad, Zaragoza, y del resto del país. «¡Perico está vivo!», se asombraban muchos que ya lo habían dado por enterrado.

Rápidamente, un grupo de amigos se movilizó. Entre todos organizaron un homenaje en el Teatro Principal con el objetivo de recaudar fondos. Era el 16 de enero del 2012. Fue la última vez que se le vio en público. Un piso de alquiler social facilitado por el ayuntamiento y un salario social de la DGA le sirvieron de oxígeno hasta que ya no pudo más. Hace dos años ingresó en el neuropsiquiátrico. Su parte médico era casi ilimitado. Roto por dentro y por fuera se fue apagando poco a poco. Que ya nadie lo dude: Pedro Fernández Castillejos ha muerto definitivamente. Desde ahora ya solo vivirá en la memoria de aquellos que quieran recordarlo.