La montaña en Aragón

La montaña en Aragón. El secreto de Barrabés

Los ibones del barranco de Riueño, los más orientales de todo Aragón, permiten una escapada montañera en soledad en un inhóspito paraje invernal sin grandes dificultades

La capa de hielo tapona hasta el verano la superficie de los ibones, que recuperan en estos meses su origen glaciar.

La capa de hielo tapona hasta el verano la superficie de los ibones, que recuperan en estos meses su origen glaciar. / S. R. A.

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Descubrir los secretos no está bien. Este quizá no tanto. Porque compartir la belleza es una satisfacción para los buenos montañeros. Los ibones de Riueño son los más orientales de Aragón, en el Valle de Barrabés, y esta ubicación, su lejanía, les ha mantenido en silencio para las masas. Desvelemos aquí su esplendor invernal protegidos por la cara oculta del Aneto.

El primer consejo persuade sobre el material. En estas primeras nieves es aconsejable llevar buen abrigo, mirar la previsión dos veces, preparar raquetas, palos, piolet y hasta crampones (no es lugar para esquiadores) y tener en cuenta que el día se acorta. No es zona de aludes, pero consultar el boletín no viene mal.

La segunda advertencia atañe al aparcamiento. El acceso a esta ruta se acomoda en el arcén de la carretera N-230 que baja de Vielha. Se encuentra junto a la boca del túnel que acompaña a la presa de Baserca, en el municipio de Montanuy, después de la población de Aneto y antes del más conocido barranco de Salenques. No hay mucho espacio, para cuatro coches apurando, pudiendo usarse otro mayor y posterior, pero comerse unos metros de brea a pata.

El ascenso se inicia por una pista que serpentea entre un densa masa de altos pinos. Tras varias lazadas, un cartel, recientemente colocado, informa sobre la entrada en el Parque Natural Posets-Maladeta, en su extremo menos transitado. En este punto se inicia un sendero cómodo que va ganando altura y dejando abajo la carretera. Varios ramales favorecen los atajos, pese a que es mejor enlazar el trazado principal para evitar los primeros sofocos.

A unos veinte minutos efectuamos un giro que nos deposita en la vertiente del barranco de Riueño o Font Blanca y en un frondoso hayedo, primera maravilla del día. Sin la fama de su vecino Salenques, el tamaño de los ejemplares subraya la riqueza de este bosque. Cierto descanso nos permite disfrutar del crujir de la hojarasca y apuntar esta excursión para el esplendor del próximo otoño.

La visión de los Besiberris araneses hipnotiza al ganar altura.

La visión de los Besiberris araneses hipnotiza al ganar altura. / S. R. A.

Un gigante haya a derecha y una valla ganadera nos anuncia el final de este tramo. Salimos ahora a un nuevo pinar con solares que aprovechan las vacas en verano. Aquí ya nos podemos encontrar nieve si ha sobrevivido al calor. El camino se ajusta al barranco.

Hay que tener atención porque una señal verde confunde. No hay que remontar como parece por la limpieza de la senda, si no seguir recto hasta llegar a una palanca por donde pasamos el barranco. Veremos el antiguo puente reposando inútil en un lado.

Lagos chelados

Aquí el trazo se hace más estrecho y se pierde entre la vegetación que va reduciéndose ante los prados y la roca. No es difícil confundirse, pero hay que tener paciencia. En poco tiempo llegaremos a un primer descansillo y, tras un nuevo repecho, alcanzamos la vaguada donde pacen las vacas en verano. Una borda caída recuerda el abandono de los pastores de altura (una hora aproximadamente).

Este lugar nos permite un primer desvío. Tomando la bajada de agua que precipita a la derecha, sin ninguna marca y sin pérdida, se alcanza un visible collado desde el que descendemos al primer ibón, el de Riueño, el más oriental de Aragón, con una cabaña bien acondicionada y vistas hacia los Besiberris. En verano es un hervidero de renacuajos. El retorno se hace dándole la vuelta a los pasos realizados. Unos cuarenta minutos entre subir y bajar con breves paradas.

De vuelta al prado, cruzarlo completamente para remontar el plano de la ladera que nos permite superar el resalte por el que se destrepa el torrente, atrapado bajo el manto blanco. El esfuerzo nos lleva hasta un indicador metálico de colorines que chiva el espesor nival. Si se continúa hacia la derecha, pronto, uno se topa un basal, Balsa de Mich de Riueño, que en verano es una pequeña piscifactoría de truchas.

Siguiendo recto, ascendiendo por la caída del cauce, buscando un buen punto para cruzarlo, en unos diez minutos se sube hasta el ibón superior, Cap de Riueño ubicado en una zona ubaga bajo la protección de su homónimo pico y la Tuca La Sarronera. Fotogénico espacio donde se respira toda la paz del mundo (alrededor de 2 horas y 40 minutos).

A los aventureros que esto les sepa a poco, pueden, dando un pequeño giro hacia la derecha, puyar hasta el collado que conecta con el ibón de Fé. De este, aunque el paso de una pedrera traicionera con nieve, se puede pasar al grupo de ibones de Angliós, desde donde las opciones se multiplican: bajar por Salenques, llegar al refugio de la Cap de Llauset o seguir el GR11 hasta el aparcamiento de la presa de Llauset, aunque inaccesible al estar cerrado el túnel. 

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