El coro del IES Miguel Servet de Zaragoza 'canta a la vida' con los mayores de la residencia
Todos los miércoles los estudiantes acuden al centro Caser Residencial Ruiseñores para compartir con los residentes canciones y vivencias
Javier Gallego
El coro del IES Miguel Servet de Zaragoza celebró antes de fin de curso un concierto intergeneracional verdaderamente sorprendente: decenas de personas mayores, algunos en silla de ruedas, junto profesores y alumnado implicado sobre el escenario. Todos ellos regalaron al público música y voz, canciones que varían entre los ritmos de época, los clásicos actuales e, incluso, una nana.
Sin embargo, el espectáculo no surgía de una idea explosiva o una iniciativa puntual, sino que se trata de la puesta de largo de una maravillosa actividad que ya es tradición en el centro; el intercambio de experiencias, momentos y cariño con los y las mayores de la residencia Caser Residencial Ruiseñores, cercana a nuestras instalaciones.
Gracias a la experiencia, conocemos muy de cerca la forma de ser de unos y otros. Unos se entusiasman con la presencia de juventud en las instalaciones de la residencia, adonde acudimos puntualmente los miércoles a ensayar juntos, y otros vivimos como una aventura el paseo hasta allá, la ejecución de los ejercicios de calentamiento previos, para poner a tono las voces, y el canto polifónico compartido, que tanto alegra el ambiente y los estados de ánimo. Por otra parte, aunque la visita a la residencia se realiza los miércoles, en casi todos los recreos se entrenan voces, se realizan ejercicios de voz, se aprende a tocar el ukelele, etc.
Testimonio en primera persona
Así, Jorge, el psicopedagogo del centro Caser, y nuestra profesora Susana, de Música, han logrado abrir una vía de intercambio que se vive en primera persona:
"Hace unos meses, recién llegada del colegio, decidí formar parte del coro -nos cuenta Celia Cebrián, 1º de ESO 'C'-. Recuerdo que, en los primeros ensayos, lo más mínimo me daba vergüenza; ya que no conocía a la mayoría. También recuerdo el primer día en la residencia, ahí me di cuenta de que aquello no sólo sería una actividad, sino una experiencia de vida a valorar.
Con el tiempo, ir a la residencia me hacía sentir deseos de que llegara el miércoles, cantar con los yayos y verlos. Un '¿qué tal?' me alegraba (y lo sigue haciendo) el día. También reír y que me cuenten qué han hecho y qué recuerdos tienen de sus vidas, sus familias...
Al final acabas conociendo a los residentes, y comprendes que las dificultades que cada uno posee no los hace pesados o inútiles; la verdad es que podemos pasar muy buenos ratos cantando con ellos y con los compañeros".
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