Una reflexión de urgencia sobre los resultados electorales no puede obviar el cumplimiento de los pronósticos. No hubo sorpresas y las encuestas acertaron de lleno. La victoria aplastante del PP y de Rajoy confirma también que estos comicios eran especiales y que la voluntad de las urnas constata el trasfondo de una economía quebrada. Las circunstancias soplaron muy a favor de la alternancia y hubo más fuerza en ese viento que en el vigor de los programas. No se puede restar méritos al triunfo de los populares, pese a que su inapelable éxito no se traduce en muchos más votos. Es la debacle socialista la que pone altavoz y escaños a su victoria. Ganó nítidamente Rajoy y ni siquiera debió esforzarse en desgranar promesas ni revelar cómo piensa abordar las cuestiones más peliagudas, porque su mayor reto consistía en no cometer errores en la campaña. Eso lo consiguió con creces, pero la validez de esa estrategia, bien llevada y perfectamente ejecutada, termina hoy mismo. Rajoy se pone al frente de un país inmerso en una crisis descomunal. Ideologías al margen, solo cabe desearle suerte y eficacia en su cometido. Salir de este atolladero exigirá mantener los sacrificios que ya se vienen haciendo y si la gestión del nuevo gobierno es capaz de vislumbrar esperanza y otear la salida del túnel bueno será para todos los ciudadanos.

Perdió Pérez Rubalcaba, cuya máxima ambición fue sin duda evitar la mayoría absoluta del PP. No ha podido ser. El candidato socialista ha puesto toda la carne en el asador, ha realizado un esfuerzo extraordinario, pero parece que muchos de los antiguos votantes del PSOE en el 2008 --hasta cuatro millones-- no han querido ni escucharle. Su derrota abre un debate en el partido.

Esta campaña casi de trámite ha enseñado, sin embargo, que la calle está exigiendo acciones inmediatas y no brindis burocráticos al sol, ya que existe la impresión generalizada de que se pierde demasiado tiempo entre el carpetazo de una legislatura y el comienzo de otra. No es el momento de demoras y hay que meterse ya en faena. No puede haber cien días de gracia y hay que acelerar al máximo la constitución de las Cortes y la formación del Gobierno. Nada lo impide y los ciudadanos lo agradecerán. Perder otros dos meses en esta situación de vacío sería catastrófico. Estos movimientos políticos ágiles y rápidos serían un guiño para reforzar y recuperar la confianza ciudadana.