La plaza de toros de La Misericordia fue ayer escenario de la encerrona de Daniel Luque ante seis toros de distintas ganaderías.

Dado que la propuesta no había levantado el revuelo previo y el run run --un poner-- de las de Joselito o Morante años atrás en este mismo garito y que en primavera sí había anunciado El Juli que cerraría la temporada matando seis, él solito, en la Muy noble, Muy leal, Muy heroica, Siempre heroica, Muy benéfica e Inmortal ciudad de Zaragoza, habrá que especular que la cosa tenía más de test de consumo interno para el propio torero y su gente (el administrador de su carrera es, coincidentemente, el empresario del coso) añadiendo el factor multiplicador de las cámaras de televisión del canal temático.

Cierto que la apuesta es arriesgada pues en este tipo de corridas hay que abrir puertas y ventanas y lo mismo se notan las virtudes como las carencias.

Si te cruzas con un toro como el de Antonio Bañuelos, con unas embestidas nobilísimas, al ralentí y sin tirar un derrote, lo normal es que te hartes de derechear a placer. Es lógico que te relajes toreando al natural, que lo hagas incluso sin ayudarte con la espada simulada.

Y si encima te tiras derecho al morrillo y dejas una estocada entera, lo normal es que el público te pida hasta las escrituras de la plaza. Otra cosa es que el presidente june que el hierro ha ido trasero y desprendido. Entonces, para tí la oreja y para él la bronca del siglo por no dar la segunda.

Si cierras la tarde con tan solo dos o tres quites o así, ese casillero canta. Si te pasas gran parte de la lidia viéndole la penca del rabo al toro en vez de la cara, mal negocio, muy malo. Aquí está muy feo huir del bicho pero peor es pasarse la tarde persiguiendo al furo.

Eso suele pasar cuando uno se entrega a la parte estética, fruto del toreo fundamental, olvidando que al toro hay que llevarlo toreado, metido en la muleta, sometido.

Puede ocurrir que un toro de Victorino tenga ideas propias. Que después de empujar en el caballo derribando con estrépito, luego te veas obligado a buscar su itinerario para robarle los pases y acabes dándole florete en la puerta de chiqueros o por ahí al lado.

No es aventurado pensar que un toro pueda tomar por primera vez la muleta en el tendido tres y acabe, como el quinto, palmando en terrenos del uno después de una morrocotuda gira circular con casi nada entre medias.

Pero todo hay que contextualizarlo. Si uno llega desfondado físicamente a la segunda parte de una encerrona así, es disculpable. Este tipo de corridas precisan de un montaje con mucha ciencia. El reglamento impone sus exigencias y claro, según lo que se embarca, luego te ves cerrando la tarde con dos cinqueños de más de 600 kilos después de bailar a otro con prácticamente seis años aunque se deje y meta la cara. Eso le pesa a cualquiera.

Al final, misión cumplida. Solo que cada cual (el espectador, el torero, el presidente...) lo verá desde su punto de vista.