Existe una clase de perturbados, algo parientes de la envenenadora de Melilla, que sienten una inclinación insuperable a enfermar a los suyos so capa de curarles. Es decir; les gusta tanto cuidar a su prójimo que hacen lo posible para ponerle en la necesidad de ser cuidado, o bien que, impelidos de hacer todo el daño posible a quien se les pone a tiro, procuran no matarle de golpe para que les dure y seguir martirizándole.

Una modalidad de esa peligrosa insania la tenemos, ya digo, en la señora de Melilla que, mediante veneno lentamente administrado, ha matado, que se sepa, al marido y a una hija y otra modalidad muy corriente se nos presenta en las personas de esas otras madres terroríficas que fomentan con su conducta atroz la anorexia de sus hijas para poder presentarse ante el mundo como grandes sufridoras y, por supuesto, como los únicos apoyos sinceros, abnegados e incondicionales de sus pobres vástagas. No es necesario aclarar que no todas las madres de las muchachas anoréxicas encajan en el citado perfil, pero, aún siendo minoría las que sí encajan, abundan mucho más de lo que las infelices anoréxicas desearían.

*Periodista y escritor