La detención de 21 etarras en el País Vasco francés, incluidos los dos máximos responsables de la organización terrorista, Mikel Albizu, Antza y Soledad Iparragirre, Anboto, constituye el más duro golpe que las policías francesa y española han infligido a ETA desde la caída de su dirección en Bidart en 1992.

La importancia de la operación --incautación de arsenales, dinero y documentación interna, además de la veintena de detenidos--, reside también en el mensaje que Francia y España envían a la organización terrorista. Si alguien albergaba aún la duda de si en ambos estados se quería preservar inmune a la cúpula etarra con vistas a una eventual salida negociada, la detención de quien era considerado el interlocutor por excelencia, Antza, lo desmiente. ETA sabe ya que, del Estado, sólo puede esperar persecución policial en tanto no anuncie su voluntad inequívoca de poner fin a su actividad violenta.

No es fácil que ETA asuma su derrota. Quizá, como ocurrió tras el golpe de Bidart, intente reorganizarse y perpetrar algún atentado. Aún debe tener capacidad para hacer sufrir. Pero su debilidad, y la de su entorno, deberían llevarle a concluir que ya no tiene presente ni futuro.