Desde sus esculturas, sus instalaciones, Fernando Clemente se nos muestra como hombre artista que perece en cada una de sus poéticas visuales y nos hace perecer con él, desmaterializando a su paso la coyuntura del espacio y el tiempo para hacerlo concepto y pensamiento.

En La casa triste, resuelve el descrédito de nuestra historia. Toma como referencia el ejemplo de los albergues de carretera, construidos en 1927 al amparo de las vanguardias, para languidecer durante la dictadura, y ser olvidados en la democracia.

Fernando le rinde homenaje a un paraíso edificado que se disuelve en silencio para formar la escorrentía de nuestras vergüenzas. Nos hace partícipes involuntarios de su nostálgica y bella analítica para que nos recreemos en una celebración.

En su instalación resume un continuo y deseado trabajo de experimentación, a veces enfermiza en su azaroso resultado, que nos abre puertas de par en par para quedar cerradas a cal y canto tras nuestro encierro.

El acceso del público se interrumpe 15 minutos antes del cierre de la sala.