Mucho se ha escrito, analizado e interpretado del congreso del PAR que por ajustado y polémico margen reeligió a Arturo Aliaga como presidente. Ha quedado patente la compleja situación en la que queda la formación y la fractura de un partido fundamental en lo positivo y negativo de la política aragonesa de la democracia. Ni Aliaga es el responsable de todos los males de una formación que ha perdido en tres décadas casi cuatro quintas partes de sus votos ni es el líder salvador en el que se autoerige para reflotar el partido. El congreso fue seguido con atención, porque del futuro del PAR también dependen futuras alianzas de Gobierno. Bien lo saben dirigentes y asesores del PSOE, que quieren un socio fuerte y bien posicionado (es lo que desean también para Ciudadanos, otro partido en horas críticas), y siguieron con mucha atención la evolución de aquella tarde de congreso y las declaraciones de sus protagonistas. Tampoco se entiende muy bien qué es el sector crítico y supuestamente renovador del partido. Algunas de las voces de esa otra facción, la mitad de los votantes en el congreso, llevan casi dos décadas formando parte del PAR, ocupando puestos de responsabilidad pública, tanto electa como ejecutiva. Las voces que más se han oído en ese sector (Elena Allué, Marina Sevilla, Javier Callizo, Berta Zapater o Julio Esteban, entre otros) han formado parte de listas y equipos de confianza de quienes hoy repudian, y también de exlíderes del partido que, en realidad, nunca se fueron del todo.

Si poco edificante ha sido lo que se vivió en uno de los congresos de partido más tensos de las últimas décadas, tampoco la reacción posterior lo fue. Aliaga cesó fulminantemente a Elena Allué y Javier Callizo. A la primera, de directora general de Turismo, y al segundo (que ostenta un récord al haber sido de los políticos aragoneses que ha estado en más gobiernos), de director general de Industria. Puede parecer lógico que quien los puso por confiar en ellos los cese cuando la pierde, pero esta decisión arroja una conclusión tan evidente como frustrante: los líderes de los partidos nombran en los gobiernos a personas por sus afinidades orgánicas y apoyos personales, y es secundaria su idoneidad para el puesto que ocupan. Esta circunstancia no es exclusiva del PAR, hay ejemplos en todos los partidos, que se han convertido en maquinarias de control del poder y su gestión, lo que a veces hace difusos los límites con la gestión pública.

Si en 2019 Aliaga consideró que los directores generales ahora cesados eran los adecuados para ocupar esos puestos de responsabilidad, no se entiende que por encabezar una candidatura alternativa se considere que ahora ya no pueden seguir ostentándolos. Un nuevo paso para incrementar el escepticismo ciudadano respecto a la política, o mejor, a la política partidista.

Pero más allá de candidatos oficialistas y renovadores, lo que verdaderamente debería preocupar es qué se debatió, qué modelo de aragonesismo se planteó y cuáles son las líneas ideológicas que salieron de ese congreso para que el PAR pueda optar con garantías a las elecciones de 2023. Es más que evidentemente que el aragonesismo a izquierda y derecha necesita una actualización de su discurso y estrategia, y la duda que queda después del barullo del congreso es si la formación de Aliaga lo hizo. Ahora los congresos se centran en pugnas sin debate sobre las ideas para meter nombres para gestionar ese poder y los puestos de unas futuras listas. Lo estamos viendo también en el PSOE (qué debates de calado han trascendido sobre la reforma laboral, el precio de la luz, el giro a la socialdemocracia, el modelo de Estado) y lo estamos viendo en el PP, dónde más allá de pasiones ayusistas, almeidistas y, aquí en Aragón, azconistas, no sabemos qué profundidad están teniendo los debates estratégicos en una formación que tiene una auténtica reválida en las próximas elecciones. Esta atípica legislatura ya está en una clara cuesta abajo y todos los partidos deben ser habilidosos en cómo deslizarse. Si con el desorden de las capitanas al vaivén del cierzo o con la precisión del mejor habilidoso esquiador de eslalon.