Opinión | El artículo del día

Educación y meritocracia

El éxito escolar depende en gran medida de la posición socioeconómica o sociocultural de los padres

Esta última semana han causado cierto revuelo las declaraciones de Lilith Vestrynge en las que, básicamente, criticaba el concepto y las consecuencias de la llamada meritocracia. La derecha no ha tardado en reaccionar con el argumento de que la izquierda está contra el esfuerzo y, por lo tanto, no está capacitada ni para gobernar ni para sacar al país de las dificultades en las que se encuentra.

Educación y meritocracia

Educación y meritocracia / jorge Cajal

En efecto, en las sociedades liberales, no solo en España, se ha instalado la idea de que el esfuerzo y el mérito personal permiten corregir las desigualdades de base y ascender en la escala social. Mediante expresiones huecas como la de cultura del esfuerzo o elogios (incluso en forma de asignatura en el sistema educativo) al emprendimiento, se envían mensajes con final feliz, porque como algunos profesores sin escrúpulos dicen a sus alumnos, «todos podréis conseguir aquello que os propongáis». Para cerrar el argumento y demostrar su infalibilidad, se ponen como ejemplo auténticas excepciones en forma de empresarios de éxito. Pero como la realidad es muy distinta, quienes se quedan por el camino porque no terminan sus estudios, porque no acceden a la formación que quieren, porque están sobrecualificados o porque los salarios no permiten ni siquiera emanciparse, están desencantados con un sistema que les había asegurado un futuro mejor.

Las Ciencias Sociales han demostrado hace ya mucho tiempo que la meritocracia es un mito. Incluso en medio de los Treinta Gloriosos, ya decía Pierre Bourdieu que la Educación tendía a reproducir las desigualdades de base en mucha mayor medida que a corregirlas. Sabemos que el éxito escolar depende en gran medida de la posición socioeconómica o sociocultural de los padres. Si nos centramos en las altas magistraturas del Estado, ¿cuántos jueces, diplomáticos o abogados del Estado son de origen humilde? Si miramos hacia profesiones liberales, ¿cuántos notarios, cuántos cirujanos, cuántos registradores de la propiedad? El mundo empresarial, como he dicho antes, suele ser un campo más abierto al talento, pero aún así la mayor parte de la riqueza no procede del emprendimiento sino de la herencia, es decir, de unas condiciones favorables antes de que la competición de comienzo.

Desde el punto de vista de la Educación, a pesar de todo, no debemos resignarnos e intentar poner en marcha políticas que cambien esta situación, como la ampliación de la enseñanza obligatoria, las becas o la atención a la diversidad. Pero debemos ser conscientes de que tenemos un sistema educativo donde hay un alto grado de segregación por motivos socioeconómicos. No me refiero solamente a la enseñanza concertada, cuyo ejemplo funciona como auténtico paradigma, sino también a la enseñanza pública. El alumnado del centro de las ciudades acude a la enseñanza concertada para relacionarse entre iguales y rodearse de personas con su mismo nivel económico y sus mismas expectativas. Pero en estos últimos años estamos viendo un fenómeno muy parecido dentro de la enseñanza pública con el bilingüismo. Este alumnado evoluciona en grupos más reducidos que el alumnado no bilingüe (¿no debería ser al revés?) y quienes mejor se adaptan son quienes tienen un nivel socioeconómico más elevado, porque pagan clases particulares, porque viajan al extranjero o porque sus padres ya dominan algún idioma. El alumnado no bilingüe es más diverso, con más dificultades de aprendizaje y, lógicamente, con unas expectativas diferentes.

Está en nuestras manos resistir a los intentos de transformar la realidad a través del lenguaje, pero para ello tenemos que aumentar nuestra capacidad crítica y ordenar las prioridades. Desde el punto de vista de la Educación, deberían seguir siendo las de ofrecer a todo el alumnado las mismas posibilidades y trabajar para que, al menos en la pública, no se den situaciones de segregación escolar.

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