LA RÚBRICA

‘Fachajes’

Todavía queda el mercado de invierno para las elecciones de fin de año

José Mendi

José Mendi

De niños nos ajuntamos, de jóvenes nos enamoramos y de mayores nos necesitamos. Hay versiones menos idílicas de estas tres etapas del crecimiento. Nos desgarra el sufrimiento de criaturas atrapadas por el hambre, las guerras o la huida hacia un futuro mejor. Nos preocupa una juventud con alternativas de empleo, independencia de vida y posibilidad de disfrutar de un planeta sostenible. Tememos la soledad no deseada de los ancianos y las carencias de un sistema público de apoyo social a sus cuidados.

La realidad, afortunadamente, mezcla elementos amables, ácidos y amargos, en cualquier vida y en diferentes etapas de la misma. Hay predisposiciones genéticas, en la economía o en la latitud geográfica, decantan a las personas hacia biografías más agradecidas o truculentas. Lo que sí compartimos todos es la socialización de emociones y la emocionalidad social. Dos factores, de un mismo producto, que nos mecen o estremecen con independencia de la particular cuna vital.

Los humanos estamos diseñados para pensar como personas y socializarnos en grupo. Sin embargo, tendemos a pensar en manada y actuar individualmente. Así nos va. Hacemos de lo comunitario lo utilitario y convertimos simbiosis en sinergias. En la medida en que nos desprendemos de la herencia animal, nuestra inteligencia es más artificial. Nos cuesta poner en común la vida personal, no sea que perdamos el derecho de autor sobre nuestra existencia. Compartir es amar, dice una frase empalagosa que bien podría haber perpetrado Paulo Coelho. Si fuera así, nuestra autoestima dependería de la capacidad de repartir nuestro cariño ¡con nosotros mismos!

Nos gusta el apego en las relaciones pero acabamos fichando personas como amigos. En otras ocasiones es más gratificante fichar amigos como personas. Quienes aman y son amados por sus mascotas me entenderán. En las relaciones económicas, se acude al mercado para atraer con incentivos a quienes nos amplían el negocio. Contratamos a ejecutivos de postín, a precio de pastón, aunque luego sean un CEO a la izquierda.

El Real Zaragoza ficha futbolistas para mejorar su plantilla, aunque la cantera sea más de fiar. Hacen el Papenatas, pagando lo que no cuesta por tener lo que no vale. El negocio no se comparte, se reparte.

Estamos en época de fichajes. La liga electoral comienza y el mercadeo se mueve entre la bolsa y el rastro politiquero a un euro. En la zona de centrales se lleva la casquería. Los despojos del PAR se mezclan con los cadáveres de Ciudadanos, y los fantasmas naranjas se confunden con los espectros aragonesistas.

La sede de los de Aliaga es conocida como el Partelón, por las ruinas que cierran su sesión.

Los populares despejan el centro, aunque les lleve a la ultraderecha. Sería lógico un acuerdo de coalición, con socios de su ambiente, si eso simplifica alternativas de voto. Pero cuando los fichajes no aportan, y se mantienen las siglas que restan opciones de mayoría absoluta, la operación no suma. Incluso resta a los fieles de Azcón que ven cómo advenedizos sin pedigrí tienen más premio que conservadores con solera.

Las cadenas de favores enlazan promesas de un futuro mejor para los que vengan a la diestra del padre popular (PP). Tanta cooptación en la derecha convierte sus fichajes en fachajes. Si no han sido llamados, a pesar de sus esfuerzos de pavo real exhibiendo su enorme y colorida cola, no desesperen. Todavía queda el mercado de invierno para las elecciones de fin de año. El verano, tras los comicios de mayo, es una etapa de cortejo para lucir palmito.

En todo, y en todos, hay fichajes. Muchos contribuyen a la mejora de equipos, empresas, familias y personas. Fichamos y somos fichados. Con la huella, o por la cara, demostramos que somos nosotros. Nos piden la fe de vida, para verificar que no estamos muertos cuando llevamos dicho papel, y ahora la vida nos exige la fe en la tecnología para constatar que estamos vivos.

Nos gusta ejercer de ojeadores, pero lo que cotiza es que alguien quiera pagar nuestra cláusula de rescisión. Unas veces con dinero, en lo profesional. Y otras, en lo personal, con amor verdadero. Por ejemplo, si quieren conquistar a su pareja prueben a fichar con alguna frase resultona: «seré tu cielo si quieres volar, seré tu mar si quieres nadar y, si prefieres vaguear, seré tu fiesta de guardar». Si necesitan reclutar para sus listas electorales, pueden seguir la poesía callejera con algo más profundo: «seré tu urna si quieres votar, pero si quieres mandar, me tendrás que ganar».

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