Empate de bloques y la tentación de tensar

El Periódico de Aragón

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El último barómetro del Gesop para el grupo Prensa Ibérica vuelve a dibujar un empate entre bloques aunque sitúe al Partido Popular como la formación política con mejores expectativas de voto a nueve meses de las elecciones generales. Tras el relevo de Pablo Casado por Alberto Núñez Feijóo, su partido ha atraído votantes tanto de Vox como del PSOE. Ese efecto Feijóo parece haber tocado ya techo en unas cotas insuficientes para facilitar una mayoría cómoda sin el concurso imprescindible de Vox. El escenario al que apuntan todas las encuestas sigue mostrando que la única fórmula de gobernabilidad al alcance de Feijóo pasa por recabar el apoyo del partido ultra. Y, al mismo tiempo un empate entre ese hipotético bloque de la derecha y la extrema derecha, y el bloque que podría formar la suma de todas las formaciones que no querrían ver un Ejecutivo integrado, o condicionado de forma decisiva, por los de Abascal.

Con todo, si bien es cierto que faltan nueve meses para las generales, a tres meses vista nos esperan unas municipales, y autonómicas en gran parte de España, que pueden influir en las decisiones de voto. Tanto por los resultados en sí mismos por las mayorías que se formen a posteriori, y cuál sea la reacción que suponga entre esa cuarta parte del electorado socialista que aún está indeciso ver (o no ver) a la ultraderecha sentada en más posiciones de poder en comunidades y ayuntamientos.

Aún hay más impoderables: qué acabará siendo, o no, el proyecto de Sumar de Yolanda Díaz. Y cuál será, sobre el electorado de izquierdas, el efecto de los esfuerzos ya evidentes desde Podemos (que no desde el entorno de la vicepresidenta) de incidir en las discrepancias entre este espacio y el PSOE en cuestiones tan sensibles como las disfunciones de la ley del sí es sí. Hasta ahora, acusaciones como las de vincular las propuestas de reforma de la ley barajadas por los socialistas con «la sentencia de La Manada» no parece que puedan servir demasiado. Ni para activar ni para cohesionar ese bloque que sigue teniendo posibilidades de formar mayoría para una nueva investidura de Pedro Sánchez. Ante este empate demoscópico, tensar y polarizar el debate político puede ser una tentación para los estrategas electorales. Tanto para proteger y diferenciar el propio espacio político entre actuales socios de Gobierno como para ahondar la trinchera que separa los dos bloques con posibilidades de formar mayorías viables de gobierno.

Cegar cualquier posibilidad de acuerdo entre el PSOE y el PP, alimentar el intercambio de acusaciones ante cualquier mínimo debate y subir la temperatura del debate político por la vía de la descalificación puede aparecer como una opción rentable electoralmente. Pero no necesariamente puede ser cierto, pues cabe analizar hasta qué punto discrepancias sobrealimentadas pesan en la desmovilización de parte del electorado. Y, aún más, una escalada de la tensión impedirá cualquier acción de Gobierno eficaz.

Resulta difícil aspirar a una actitud más constructiva en un ciclo electoral tan intenso concentrado en nueve meses. Pero hay demasiadas decisiones cruciales (reforma de las pensiones, CGPJ, gestión de los fondos europeos) que no pueden quedar enfangadas durante lo que queda de año por un ambiente políticamente tóxico.

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