EL ARTÍCULO DEL DÍA

La gente de bien

Los discursos emocionales y populistas buscan llenar el vacío del proyecto político de Feijóo

Jesús Membrado Giner

Jesús Membrado Giner

Desde que Feijóo le contestó a Pedro Sánchez con aquello de «deje ya de molestar a la gente de bien», tras la aprobación la ley trans y la del solo sí es sí, ando un poco preocupado. ¿Seré yo gente de bien?

Como en mi ya larga vida he visto a tantas personas a las que les molesta que los demás tengan derechos, pero que no dudan en disfrutarlos, me siento más relajado. Muchos de ellos estaban en contra del divorcio, del aborto o de los matrimonios gais, posicionándose en ese grupo de gente de bien del que habla el líder del PP. Pero, ¿qué pasa cuando ellos mismos se divorcian, abortan o contraen matrimonio entre iguales? ¿Dejan ya de ser gente recomendable?

Hay una parte de la derecha española que se caracteriza por practicar aquel refrán tan hispano de «haced lo que yo digo pero no lo que hago», pero la novedad es la utilización torticera como reproche en el debate político. Algo simplemente penoso.

Siempre existe incertidumbre ante el comportamiento de los políticos que, con escasa experiencia dialéctica, asumen tan alta representación, como en el caso de Feijóo. Y en este caso no creo que fuese un lapsus del subconsciente, fruto de la presión del momento. La afirmación está dentro del discurso que la oposición viene construyendo y manteniendo en los últimos tiempos: negar la legitimidad de lo aprobado por el poder legislativo y consecuentemente, del propio Gobierno. Lo cual no deja de ser una clara manifestación de desprecio a quienes pueden verse representados en las leyes aprobadas.

A lo que apela Feijoo con estas afirmaciones es a los sentimientos y, más en concreto, al miedo a perder señas de identidad de una parte de la población, cada día más insegura en una etapa histórica tan convulsa como esta.

Los discursos y alegatos emocionales y populistas buscan llenar el vacío que su proyecto político tiene ante el avance de los derechos individuales y los cambios que en la sociedad se producen. La dicotomía entre los sentimientos y la razón para hacer política ya no puede superarse apelando al Max Weber de los años veinte cuando afirmaba que «la política debería hacerse con la cabeza y no con otras partes del cuerpo». En el mundo actual las emociones están a flor de piel y no contar con ellas puede ser muy perjudicial, pero hacer de ellas la política, es populismo.

Apelando a la «gente de bien», utiliza un eufemismo para traspasar una zona de influencia política y plantear un combate por el relato ante las descalificaciones de retrogrado o conservador que les aplica el adversario. Busca cerrar el círculo de sus seguidores más próximos y evitar influencias transversales que puedan deteriorar ese bloque. Y eso es muy peligroso, porque solo puede mantenerlos con la confrontación permanente, con la radicalización. Y ahí el PP es mucho más poroso sociológicamente hablando, tiene infinitas vías de agua que la extrema derecha no contempla. Compitiendo en estos temas siempre se ve arrastrado a posiciones incómodas con escasa rentabilidad electoral.

El populismo recurre sistemáticamente al miedo, uno de los sentimientos humanos más elementales. Por eso está en el centro de esa frase. Dice Daniel Innerarity que «algunos tratan de obtener por miedo de la moral lo que los ciudadanos no le han reconocido a través de la política». La apelación a los valores que cada uno puede atribuir a la expresión «gente de bien» pone en cuestión la prioridad que en democracia le corresponde a los derechos, las garantías, y las libertades individuales. «El lenguaje de los valores es utilizado para reducir el espacio de la política». Para poner en cuestión derechos de utilizan palabras altisonantes, frases huecas, apelaciones innecesarias.

Seguramente cuando Núñez Feijoo apela a la «gente de bien» quiere decir a «la gente bien», lo está haciendo a los de arriba, que deben seguir arriba, y el resto, los de abajo, deben seguir confortablemente abajo.

Decía Juan de Mairena, el personaje de Machado, que «el paleto perfecto es el que nunca se asombra de nada; ni aun de su propia estupidez». Pues eso.

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