De mociones y censuras y otras hierbas

José Luis Corral

José Luis Corral

Acabada, al fin, la moción de censura contra el gobierno de Pedro Sánchez, los analistas políticos y la prensa afecta a unos y a otros están haciendo valoraciones tan distintas que intentar entenderlas volvería majara perdido a un observador que pretendiera ser neutral (lo que, dicho sea de paso, es imposible). La moción de censura firmada por 52 diputados de Vox y defendida por Ramón Tamames como candidato a la presidencia del Gobierno ha resultado inútil. Desde el mismo momento en que se presentó en el registro del Congreso de los Diputados, quedó claro que estaba abocada al fracaso. De cualquier manera, está bien que en el Congreso se debatan posiciones políticas contrapuestas y que se vote sobre las mismas, para eso debería estar la cámara baja, aunque en absoluto es así.

Los dos días de sesiones de la moción de censura han puesto de manifiesto que en el hemiciclo hay 350 sordos. Ha sido patético y descorazonador escuchar a los portavoces de la mayoría de los grupos políticos lanzar sus peroratas partidistas sin escuchar lo que decían los rivales, sin responder a ninguna de las preguntas que se hacían y utilizar la tribuna del Congreso como si estuvieran en un mitin electoral. Así lo hicieron especialmente Patxi López, portavoz del grupo socialista, que se largó una perorata impropia del momento, o Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda, quien, sin el menor decoro, utilizó su tiempo para presentar su proyecto político llamado Sumar. El diálogo de sordos alcanzó tal calibre que daba vergüenza ajena escuchar a unos y a otros, sumidos casi todos ellos en una sarta de maximalismos y tendenciosidades impropios de quienes representan la soberanía popular.

El fracaso de la moción de censura permite que el Gobierno pueda cumplir la legislatura y agotar los plazos legales hasta la convocatoria de elecciones generales a finales de este año, pero cuando el pueblo español acuda a votar, no valdrá nada de todo esto, sino, como suele ocurrir, mandará el bolsillo de cada uno.

En 1991 la popularidad del presidente estadounidense George H. W. Bush padre alcanzaba el 80%, una de las más altas registrada. Había ganado la primera guerra del Golfo y había caído el muro de Berlín, pero bastó una sola frase para que perdiera las elecciones de 1992. «Es la economía idiota», fue el eslogan que se inventó James Carville, asesor de Bill Clinton, que lo llevó a la presidencia. De modo que, pese a todo, en diciembre será la economía la que condicione el triunfo en las elecciones generales. Al tiempo.

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