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Evangelistas

Juan Bolea

Juan Bolea

No hace mucho Feijóo recibía la bendición de los evangelistas, más a gusto con el PP que con la izquierda. Pero en España, si los comparamos con los evangelistas norteamericanos, son poco influyentes.

En Estados Unidos, las sectas de evangélicos blancos han vuelto a la actualidad gracias a su relación con Donald Trump. Hace cuatro años ya ayudaron, como lobi, al candidato republicano a hacerse con la Casa Blanca y en las próximas elecciones podrían volver a movilizarse a favor de un Trump que, para ellos, encarna el perfecto ideal americano: hombre blanco, cristiano protestante, conservador y ultranacionalista; con Dios, la patria y la familia como valores supremos (sólo en teoría, claro, porque, en la práctica, Trump, al margen de en el dólar y en la Fox, no cree en nada).

Mucho antes, los evangelistas, que no son unos recién llegados ni mucho menos, pues vienen influyendo en la política norteamericana desde hace décadas, tuvieron otros líderes, profetas o caudillos. Algunos tan conocidos como Ronald Reagan, Richard Nixon, Mel Gibson, Oliver North o John Wayne.

Fue este último quien mejor encarnó para los evangelistas el arquetipo del «americano diez». Las películas de John Wayne asentaron la tosca virilidad y el heroísmo en combate que los pastores consideraban virtudes supremas según el modelo del macho blanco y patriarcal con genes europeos, preferentemente sajones o nórdicos. Al margen de este puro ideal, el resto de géneros y razas queda, para las sectas evangélicas, en segundo plano, o directamente bajo sospecha. Según los pastores evangelistas, los negros, los indios, los judíos, homosexuales y lesbianas no pretenden otra cosa que debilitar la fortaleza del país y ayudar a sus enemigos a infiltrarse o a invadirlos. No son buenos americanos y no hay que fiarse de ellos. Para entender mejor esta corriente político-religiosa conviene leer el estudio de Kristin Kobes du Mez, Jesús y John Wayne (editorial Capitán Swing). Un notable ensayo que explica con claridad de qué modo los evangélicos blancos «corrompieron una fe y fracturaron una nación». Su propaganda de un liderazgo masculino, wasp, intolerante con cualquier desorden público interno y agresivo en política exterior ha ido calando en masas que rondan los cincuenta millones de personas. Poder fáctico, lobi o secta a tener, por desgracia, muy en cuenta.

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