TERCERA PÁGINA

Inteligencia artificial en la política

La IA podría usarse para valorar la veracidad de las promesas y su cumplimiento

Vicente Calatayud

Vicente Calatayud

La digitalización y la inteligencia artificial han supuesto grandes transformaciones en todos los ámbitos de nuestra vida: sanidad, justicia, enseñanza, religión, etc., con impactos que aún no podemos perfilar con precisión. Hay quien cree que la robotización de muchas de nuestras relaciones humanas y laborales podría reducir el colosal trabajo que hacemos con el cerebro. Pero esa mayor comodidad mental sería, o será, a costa de la pérdida o la disminución palmaria (está ocurriendo ya) de funciones fundamentales como pensar, razonar, crear y trasmitir, asignadas a esa estructura que determinó a nuestra especie como Homo Sapiens.

En el discurso de la nueva académica Asunción Gómez-Pérez para su ingreso en la Real Academia Española, que versó sobre inteligencia artificial (IA), indicó, entre otras interesantes propuestas, que «estas aportaciones han de ir encaminadas a poner la IA al servicio de la lengua española» y que «los materiales de la Academia se dispongan en los formatos de la IA».

En medicina, en los últimos años se viene utilizando IA que permite mejorar los diagnósticos y perfeccionar las técnicas quirúrgicas, resolviendo problemas que la mano humana no puede.

La velocidad, extensión e intensidad que exhibe la dinámica de innovación tecnológica están modificando asimismo la naturaleza y los patrones que guían las relaciones sociales y en consecuencia los movimientos políticos. ¿Por qué no utilizarla en las actividades políticas? Por ejemplo, para valorar la veracidad de las promesas y su cumplimiento. ¿Por qué no para impedir que las papeletas electorales puedan ser modificadas o compradas? ¿O para valorar la calidad del trabajo de nuestros representantes políticos, como se hace con los proyectos de investigación?

La IA debe orientarse al servicio de los ciudadanos, prescindiendo de ideologías y valorando capacidades, comportamientos e intenciones de quienes quieren dedicarse a la política. Para saber quiénes cumplen realmente lo que prometen, independientemente de sus creencias o tendencias. Serán herramientas informativas, mediante algoritmos que se obtengan de nuestra vivencia democrática. Útiles que existen en cantidades suficientes y actúan a una velocidad que supera la capacidad de acción del cerebro humano, impidiendo el posible engaño, por ser representaciones matemáticas de la información. No dan ni quitan la razón a la trama ni a la representación histórica, de tal forma que sus resultados proceden de una técnica de procesamiento de datos, en función de los objetivos e intereses de la ciudadanía que actúa como programador.

Este masivo proceso de digitalización, de información sobre las personas como tales, supondría la construcción de una imponente caja de resonancia. Mezclaría y reconfiguraría constantemente las ideas, las emociones, impulsos y comportamientos expresados por un número muy elevado de políticos de todas las ideologías, comprobando sus propuestas, su grado de cumplimiento y su voluntad eficaz de servir a los ciudadanos.

En breve tendremos que decidir si nuestra supervivencia debe estar controlada por máquinas digitales, y articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con los principios con los que se construyeron las democracias actuales, pues continuamente se incorporan a nuestras vidas más y más desarrollos de IA. ¿No conviene llamarlos a profundizar y ejemplarizar la actividad política de la misma manera que controlan la bondad de las decisiones médicas o de ingeniería?

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