La pilarista independencia de Guinea Ecuatorial

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

El 12 de octubre de 1968, el pueblo guineoecuatoriano celebraba con júbilo desbordante la independencia de Guinea Ecuatorial. La transmisión de poderes fue realizada en la ciudad de Santa Isabel –hoy Malabo, en la isla de Fernando Poo, ahora llamada Bioko– por el entonces flamante ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne (quien en 1976 fundaría Alianza Popular, germen del actual Partido Popular), mediante la siguiente fórmula: «En nombre del Jefe del Estado (Francisco Franco) y del pueblo español, me honro en transmitir los poderes al presidente de la República de Guinea Ecuatorial y a su pueblo. ¡Viva Guinea Ecuatorial!». Seguidamente, fue el turno del presidente de la nueva nación, Francisco Macías Nguema (el 22 de septiembre de 1968 había ganado en segunda vuelta las elecciones) quien ante las cámaras de TVE-GE («Televisión Española en Guinea Ecuatorial» (cuya emisora de Santa Isabel había sido inaugurada por Franco el 20 de julio de 1968, mediante un mensaje de saludo al pueblo guineano) pronunció solemnemente las siguientes palabras: «Declaro formalmente constituida la República de Guinea Ecuatorial, de la que paso a ser su primer presidente constitucional. ¡Viva la República de Guinea Ecuatorial!».

Así pues, el día de la Virgen del Pilar, en el que también se celebra la fiesta de la Hispanidad, fue y sigue siendo una fecha que ha quedado grabada en letras de oro en la historia de la joven nación centroafricana, a la cual nos siguen uniendo estrechos lazos económicos, culturales y lingüísticos, puesto que Guinea Ecuatorial es la única nación de África cuyo idioma oficial es el español.

El largo camino hacia la independencia lo habían recorrido conjuntamente, aunque no siempre bien avenidos en la peregrinación, España y los principales líderes nativos, quienes desde las atalayas de sus respectivos partidos políticos habían pugnado, durante los últimos años de la colonia, por atraerse las simpatías y los votos de sus paisanos guineoecuatorianos.

Después de la II Guerra Mundial, Naciones Unidas urgió a los países europeos a acelerar el proceso descolonizador de África. Sin embargo, España –que no entraría en la Organización hasta 1955– se mostraba reticente y muy especialmente por la postura mantenida por el que entonces era vicepresidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco (sería asesinado por la banda terrorista ETA el 20 de diciembre de 1973), quien recurrió a todas las fórmulas políticas posibles para que Guinea Ecuatorial (así como el Sahara Occidental) continuaran manteniéndose dentro de la esfera política y económica de España. De este modo, Franco concedió a Guinea Ecuatorial algo insólito para los propios españoles que vivían sumidos bajo el férreo yugo de su dictadura: nada menos que el reconocimiento del territorio como «Gobierno Autónomo», regido por un Estatuto de Autonomía (válido para las provincias de Río Muni y Fernando Poo) que fue aprobado mediante referéndum –celebrado el 15 de diciembre de 1963– por la mayoría del pueblo guineoecuatoriano.

Posteriormente, el 30 de octubre de 1967, daba comienzo en Madrid la Conferencia Constitucional, con representantes de los diferentes partidos políticos guineoecuatorianos (Macías Nguema, Bonifacio Ondó y Atanasio Ndongo destacaron especialmente por ser los líderes políticos más valorados por sus paisanos) con la finalidad de elaborar una Constitución cuyo texto fue aprobado mediante el referéndum llevado a cabo el 11 de agosto de 1968.

Los actos festivos, las celebraciones y la alegría que recorrieron todo el territorio de la antigua colonia española prometían un futuro lleno de esperanza, oportunidades y bienestar para la naciente Guinea Ecuatorial, pero pronto emergió en Francisco Macías la figura de un sanguinario dictador que hasta entonces había cuidadosamente ocultado ante sus compatriotas.

Su ministro de Asuntos Exteriores, Atanasio Ndongo, pronto se dio cuenta de ello e intentó revertir la situación trazando un plan para derrocarlo. Sin embargo, los espías de Macías descubrieron sus intenciones y esperaron la oportunidad para la venganza. Así, el 5 de marzo –día en que Zaragoza celebra su fiesta de la Cincomarzada– de 1969, habiendo sido llamado al despacho presidencial, Atanasio Ndongo acudió puntualmente la cita y sorpresivamente «decidió» tirarse por uno de los balcones del edificio. El político moriría apenas tres semanas después «a causa de las heridas sufridas en la caída».

En esa misma Cincomarzada guineana de 1969, Macías emitía un decreto por el que instaba a todos los españoles a que abandonaran el país en un plazo de 24 horas. Las muertes de los rivales políticos del dictador se producían una tras otra, así como las de cualquier persona susceptible de ser disidente. Todo tipo de religión quedó abolida en el país, ya que según hacía cantar a los niños en las escuelas, «Macías es el único milagro de Guinea Ecuatorial». Había comenzado el Macismo, un sanguinario régimen dictatorial de corte marxista, inspirado en el de la China de Mao y comparable al del genocida gobierno comunista (1976-1979) que Pol Pot instauró en Camboya.

Durante los 11 años que duró la dictadura de Macías en Guinea Ecuatorial, fueron asesinadas decenas de miles de personas, al tiempo que otras 200.000, al menos, se vieron obligadas a salir del país y buscar refugio en España, así como en las vecinas naciones de Gabón, Camerún y Nigeria. Derrocado por el actual presidente, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, el 3 de agosto de 1979, Macías fue condenado a la pena de muerte y ejecutado en Malabo, el 26 de septiembre de 1979.

Con Obiang (que fue cadete en la «Academia General Militar» de Zaragoza) la religión católica volvió a ser la principal del país, reinstaurándose el culto en las iglesias. La catedral de Bata, de estilo neobarroco y terminada de construir el 8 de diciembre –día de la Inmaculada Concepción– de 1955, lleva el nombre de Catedral de Santiago Apóstol y Nuestra Señora del Pilar. Por ello, el retablo mayor del templo está constituido por un gran relieve policromado en el que el apóstol peregrino aparece arrodillado, orante a orillas del Ebro, ante el Pilar de Zaragoza.

Un religioso e imperecedero recuerdo que evoca a la pilarista –y por eso también aragonesa– independencia de Guinea Ecuatorial.

Suscríbete para seguir leyendo