EL ARTÍCULO DEL DÍA

La verdad en la guerra, una utopía

Los medios de comunicación, en tiempos de guerra, forman parte del campo de batalla

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

Resulta desquiciante la imposibilidad para la ciudadanía de acceder a una información veraz. El artículo 20.d de nuestra Constitución es muy claro. Se reconoce el derecho a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. Se trata de veracidad subjetiva, es decir, que el informante haya actuado con diligencia, haya contrastado la información de forma adecuada a las características de la noticia y a los medios disponibles.

Si ya resulta complicado alcanzar este objetivo en tiempos de paz, en tiempos de guerra es una utopía. Decía Esquilo: «La primera víctima de la guerra es la verdad». Para gobiernos y militares, los medios de comunicación, en tiempos de guerra, forman parte del campo de batalla. El papel de la prensa es tan determinante como el de los misiles, o más. El desenlace de una guerra depende en buena parte de los armamentos disponibles por los contendientes, aunque es fundamental la percepción que los ciudadanos tengan del conflicto. Lo que importa es el relato, no la verdad. Por ende, la cobertura periodística forma parte de la planificación bélica.

En tiempos de conflicto una sofisticada maquinaria de propaganda puede operar en contra del espectador inadvertido, con pocas restricciones éticas. Para los que están dispuestos a morir y matar, mentir es un gaje más del oficio o, si prefiere, un mal necesario o menor. El Alto Estado Mayor proporciona la información de acuerdo con sus intereses, y, a veces, oculta el desarrollo de los acontecimientos bélicos.

Como los corresponsales de guerra pretenden informar a su público con el mayor detalle posible, de ahí que las relaciones entre militares y periodistas hayan sido y sean a menudo tensas y difíciles. Pongamos ejemplos.

Durante años el Pentágono, conforme a la práctica castrense universal del triunfalismo, proclamó que ganaba el conflicto de Vietnam; el público escuchó una y otra vez que bastaba un pequeño esfuerzo adicional y el Vietcong terminaría reculando en forma definitiva. Según cuenta Rosa María Calaf , el 27 de febrero de 1968, los estadounidenses en sus casas a la hora de la cena vieron en la pantalla de su televisor como el mítico periodista Walter Cronkite, conocido como el hombre más fiable de América, ponía muy en duda desde Saigón la versión oficial de lo que estaba sucediendo en Vietnam. Una crítica insólita tras varios años de apoyo mediático generalizado. En la Casa Blanca, el presidente Johnson exclamó: «Si hemos perdido a Cronkite, hemos perdido la guerra».

Del libro de Pascual Serrano Prohibido dudar. Las diez semanas en que Ucrania cambió el mundo, he podido conocer algunas otras mentiras. Irrumpió la noticia de la muerte de 312 bebés del hospital kuwaití de Al-Adan, tras ser robadas las incubadoras por las tropas iraquíes, cuando Estados Unidos invadió Irak en 1991. Una chica de 15 años declaró como testigo ante el Comité de Derechos Humanos del Congreso de los EEUU. Afirmó que vio entrar en el hospital con fusiles a los soldados iraquíes y que sacaron de las incubadoras a los bebés. Se difundió en todos los medios, y provocó el apoyo de los congresistas estadounidenses a la invasión. Tres meses después del testimonio de Nayirah, el presidente George H.W. Bush lanzó la invasión de Irak. Resultó, sin embargo, que las declaraciones de Nayirah no eran ciertas. Ningún grupo de Derechos Humanos o medio de comunicación pudo confirmar sus palabras. También resultó que Nayirah no era una adolescente kuwaití cualquiera. Era la hija del embajador de Kuwait en Estados Unidos, Saud Nasser al Sabah, y había sido entrenada por la empresa de relaciones públicas Hill & Knowlton, contratada por el Gobierno de Kuwait. El periodista que dio a conocer públicamente la identidad de Nayirah fue Rick MacArthur, autor del libro El segundo frente: Censura y propaganda en la Guerra del Golfo de 1991.

Otra mentira más, burda y nauseabunda, fue la de Timisoara. A fines de enero de 1990, las televisiones expusieron unas imágenes truculentas de las fosas de Timisoara en Rumanía, responsabilizando al presidente Ceausescu de unas masacres del mes anterior. Todo fue un montaje, ya que los cadáveres alineados bajo los sudarios eran cuerpos desenterrados del cementerio de los pobres. Rumanía era una dictadura y Ceaucescu un autócrata, pero esas imágenes que conmovieron al mundo eran falsas.

Y ahora mismo. ¿Podremos saber la veracidad sobre el bombardeo del hospital de Gaza? Y en esta dinámica las televisiones, radios y periódicos, con la inestimable colaboración de esa plaga de conspicuos y perspicaces tertulianos-sabelotodo prefieren reproducir una vez más ese cuento de hadas que nos habla del coraje de unas potencias, las occidentales, que acudimos en socorro, en una especie de Cruzada por la Democracia y la Libertad –así acaba de expresarse Joe Biden– , de los países subdesarrollados: Afganistán, Irak, Libia, Malí, etc. El gran periodista y corresponsal, Robert Fisk, en Oriente Medio, dijo: «Siempre le prometemos al pueblo del Medio Oriente la democracia y los paquetes de derechos humanos de los estantes de nuestros supermercados, y siempre aparecemos con nuestros caballos, nuestros vehículos militares Humvees, nuestras espadas, nuestros helicópteros Apache y nuestros tanques M1A1. El único futuro en el Medio Oriente es que retiremos todas nuestras fuerzas militares y que entablemos relaciones políticas, sociales, religiosas y culturales serias con esta gente. No es nuestra tierra».

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