Lo que necesita España

Este país precisa de grandes dosis de diálogo, respeto, confianza y solidaridad entre todos

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

El profesor portugués Gabriel Magalhâes comenta con gran acierto que España es un país «de alto voltaje», atravesado por una línea de tensión y en el que siempre hay una parte que tiene miedo de quedar excluida. Por ello, revela que siempre que vuelve a su país desde España se «desenchufa» y le invade una sensación de tranquilidad difícil de percibir en el país vecino de Portugal. «En España no se puede estar distraído» y «Es perfectamente posible que todo el mundo quepa, que nadie perciba riesgo de ser excluido, que todos puedan ser tal como es y que el resto se alegre de ello». Estas palabras fueron dichas, hace 8 años. Hoy siguen todavía más vigentes. A esta tensión todos hemos contribuido. Unos más que otros. Partidos políticos, medios de comunicación y la sociedad entera. No entro en valorar en quienes han contribuido más a esta tensión. Lo dejo para que cada cual haga un ejercicio de reflexión. Mas, lo incuestionable es que España necesita grandes dosis de diálogo, respeto, confianza y solidaridad entre todos.

En su libro publicado en 1936 Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Antonio Machado nos cuenta: «Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo. Todos queremos estar de vuelta, sin haber ido a ninguna parte». Y sus palabras son hoy muy pertinentes. Si estamos donde estamos, es porque ha sido abandonado el diálogo. Lo que predomina es el monólogo.

Si la política es diálogo, la política democrática es un diálogo reforzado. Diálogo es lo que nos ha faltado durante estos años, algo que debería ocuparnos y preocuparnos a todos. Tal actitud, la falta de diálogo tampoco es una novedad en nuestra historia y no solo lo afirmó Machado. En nuestra patria no hay conversación, se lamentaba Salvador de Madariaga en abril de 1935. Añadía: «Genial será el estadista que consiga realizar el gran milagro de España: la síntesis de los monólogos». Norberto Bobbio ha sido gran promotor del diálogo como coexistencia pacífica en la democracia, haciendo del coloquio, de la conversación y del intercambio racional su núcleo principal. En sus escritos considera al coloquio como un ejercicio capaz de estimular las convicciones democráticas, que se manifiestan en una determinada sociedad.

También necesitamos grandes dosis de respeto sin el cual no hay diálogo. Fernando de los Ríos en un mitin en Granada en febrero de 1936 dijo: «En España lo único pendiente es la revolución del respeto; el respeto no solo individual sino social porque constituye el mejor cimiento sobre el que construir la España civil». ¡Qué idea más luminosa y más actual para todos nosotros en esta España tan crispada, a veces tan feroz y que parece condenada de nuevo a una polarización enconada! El respeto exige interés por los demás, curiosidad por las ideas y propuestas del otro y capacidad de diálogo. Para respetar una posición, para respetarnos no tenemos que estar de acuerdo: basta con tener curiosidad, con comprender que la posición del otro refleja un punto de vista diferente, que puede tener sus razones atendibles y que esta diferencia nos ofrece la oportunidad de aprender escuchando y así avanzando en la construcción de esa utopía que es la España civil.

En la misma línea nos habla a todos los aragoneses Eloy Fernández Clemente en su artículo Razones de nuestra identidad: «De nuestra flexibilidad, de nuestro verdadero sentido del respeto democrático, también hacia las minorías, depende mucho de nuestro futuro. Porque hubo un Aragón plural, tolerante, multicultural, rico, y somos, queremos ser, sus herederos».

Y también necesitamos grandes dosis de confianza entre todos. Desde finales de los años ochenta, las encuestas han mostrado un progresivo debilitamiento de la confianza hacia instituciones que vertebraban una sociedad: empresas, escuela, partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, iglesias… Mas, una sociedad para que funcione adecuadamente necesita un sentimiento generalizado de confianza entre sus miembros, y especialmente hacia sus dirigentes. Podemos constatarlo en el pago de los impuestos.

Un ciudadano los paga porque confía que su vecino hará lo mismo. Y todos confiamos también que serán administrados responsablemente por nuestros dirigentes con criterios de justicia y solidaridad para sufragar los diferentes capítulos del gasto público. Por ejemplo, gracias a esta confianza recíproca los trabajadores de hoy contribuyen al sostenimiento de las pensiones actuales, como unos lo hicieron antes y otros lo harán en el futuro.

Ello presupone una confianza y solidaridad intergeneracional. Sin confianza y solidaridad recíproca entre los ciudadanos y sus dirigentes es una utopía el construir un proyecto colectivo de futuro. La confianza y la solidaridad se dan en mayor grado en aquellas sociedades con menos desigualdades, y que precisamente por ello suelen ser más cohesionadas. Y por supuesto, esa confianza la tienen que irradiarla sus dirigentes políticos en sus comportamientos.

En mis artículos semanales en este medio, he tratado siempre de defender los valores antes descritos. Si no lo he conseguido, pido disculpas por ello. Termino deseando mucha paz, justicia y felicidad a todos mis lectores y a mis conciudadanos.

Suscríbete para seguir leyendo