SALÓN DORADO

Gengis Kan y un capitán

José Luis Corral

José Luis Corral

En 1206, año del tigre en el calendario chino de los doce animales, Temujín, jefe del clan de los borchiguines y caudillo de los mongoles, fue proclamado Ka Kan en un kuriltai («asamblea»); desde entonces es conocido como Gengis Kan («emperador océano»). En ese momento ya había unificado a las tribus de Mongolia y en los años siguientes conquistó el reino de Hsi Hsia (oeste de China), el Imperio kin (norte de China), el Imperio joresmio (Asia Central y media Persia) y se plantó a las puertas de Europa. Ningún ser humano había ganado, nadie lo ha vuelto a hacer, una extensión de tierra tan enorme. Aplicando la yassa, el código legal aprobado en aquel kuriltai, organizó un imperio como jamás se ha visto hasta hoy. Sus hombres obedecían sus órdenes porque el gran kan tenía autoridad, valor y prestigio.

En una ocasión, varios de sus consejeros le propusieron que nombrara general del ejército a Yesugei, uno de sus soldados más valerosos y fuertes. Gengis Kan se negó y alegó que Yesugei era el mejor de sus guerreros, pero que, como no conocía ni el hambre ni el cansancio, sería un mal oficial, pues como nunca se fatigaba ni tenía frío ni se sentía hambriento, creería que todos los hombres bajo su mando deberían sentirse como él, lo que podría conducir a sus tropas al desastre.

Hace unos días, dos soldados del ejército español se han ahogado durante unos ejercicios militares en el acuartelamiento de Cerro Muriano, en Córdoba. A la espera de lo que se dictamine en el informe que se está realizando (ojalá no haya corporativismo castrense, resplandezca la verdad y se haga justicia), todo parece indicar que el capitán que dirigía esos ejercicios obró al viejo estilo cuartelero, con absoluta irresponsabilidad e incompetencia, pues no estableció las condiciones necesarias para realizar esas prácticas con todas las garantías de seguridad. La ministra de Defensa ha pedido a los implicados que digan la verdad, como si eso fuera un mérito en vez de una obligación; probablemente si esto le hubiera pasado a un responsable del ramo de un país democrático, a estas horas ya no sería ministra.

Desde luego, Gengis Kan no hubiera otorgado los entorchados de oficial a un tipo que no hubiera sabido calibrar el peligro que corrían sus subordinados, y más debido a una presunta negligencia. Además, el emperador mongol hubiera sido el primero en lanzarse al agua para salvar a sus hombres en peligro, en vez de quedarse mirando cómo se ahogaban ateridos de frío. Es cuestión de honor, decencia y justicia.

Suscríbete para seguir leyendo