LA RÚBRICA

Igual da

José Mendi

José Mendi

La igualdad es un derecho que amenaza nuestro clasismo. Nos han enseñado a creernos superiores porque es la única manera de sentirnos diferentes. El concepto de clase social está más vinculado a la personalidad individual que a nuestra identidad grupal. Luego, el comportamiento de tribu y la conducta de rebaño hacen el resto. Asociamos discriminación y economía porque los que más tienen se sirven de los débiles para seguir siendo poderosos. Pero la ideología, el sexo, el nivel de estudios, el trabajo, la religión, la cultura, el territorio, la edad, y hasta las aficiones, son esgrimidas para alejar al resto de nuestras distinguidas señas de idiosincrasia. Lo curioso es que nuestra alcurnia social es tan peculiar que catalogamos a los demás de individuos, como una vejación. Si nos parece poco, añadimos una dosis despectiva para rebajar su categoría al rango de sujetos. Y pasando de la insignificancia al insulto, las personas son personajes. Lo que nos permite aludir tanto a una eminencia como a un sinvergüenza.

Pedimos igualdad, más por envidia que por derecho. En cambio, defendemos la discriminación que nos interesa, como un deber propio que restregamos en el morro del resto. Cada avance de nuestros congéneres lo percibimos como una amenaza al propio estatus y no como una superación de sus dificultades. Los humanos somos corporativistas de nuestros privilegios y esclavistas con las penurias ajenas. Lo que nos beneficia es natural, y lo que perjudica a otros forma parte de su merecido culposo.

El clasismo lo mamamos cuando miramos de reojo al hermano que nos arrebata la atención familiar. Los empollones se ganan este calificativo, que ponemos los estudiantes poco brillantes, para eclipsar su resplandor. La desconfianza sigue creciendo, en el trabajo, cuando tememos que cualquier colega puede ser nuestro Caín laboral. Las religiones se autodenominan verdaderas como una redundancia que es pura contradicción. ¿Hay algo más clasista que ser el pueblo elegido de cada una de ellas? La diferencia entre sectas e iglesias es que a estas últimas es más difícil aplicarles el artículo 515 del código penal. Si hablamos de dinero, los ricos no admiten en su seno a todos los pudientes. Están los poderosos de rancio abolengo y los recién llegados al despilfarro. Los clasistas que tienen clase son elitistas. Acceden a ese selecto club gracias a la herencia recibida. Sus genes son los genios de su fortuna. Reniegan de quienes compran en comercios que no tienen siquiera un pobre en la puerta. Luego están los que no portan pedigrí y se quedan en pandilleros de la guita.

La justicia de la proporcionalidad sólo puede ser justa si los valores se adaptan a las necesidades de cada persona, en función de sus capacidades. Es la equidad que debe imperar sobre la mera igualdad. Algo que sabemos los que estudiamos bajo el retrato de la desigualdad que presidía el aula.

Las desigualdades han estado de actualidad. En la Constitución la discapacidad se impone a la disminución. Las palabras importan, las personas más. Por otro lado, el CIS nos ha dicho que un 44% de los hombres piensan que se ha ido demasiado lejos en la igualdad de las mujeres, y ahora los hombres están discriminados. En realidad, estas opiniones tienen más que ver con la ideología que con el sexo. El 75% de los hombres de derechas están de acuerdo con dicha afirmación. En cambio, sólo el 13,8 de los varones progresistas creen que la igualdad de la mujer les perjudica. Lo mismo pasa con las opiniones de ellas.

Lo que sigue igual es la incapacidad de las derechas para mejorar la vida de la ciudadanía. Han convertido su zona de confort en una España de alcanfor. Con su política de naftalina quieren evitar que se propague el hedor de su oposición a la subida del salario mínimo y las pensiones, el avance en derechos o su malestar por la buena marcha de la economía. Por eso, Pedro Sánchez lidera con ventaja las preferencias de los españoles para ser presidente. Y sigue en alza, tras verle liderar en el foro de Davos el discurso (en perfecto inglés) más progresista de los asistentes.

El clasismo de Feijóo mira con displicencia a Vox porque los consideran la chusma de la derecha. A los de Génova les preocupa la legalidad, pero utilizaron a la cúpula policial, fuera de la ley, en favor del gobierno del PP en su guerra sucia en Cataluña.

Es lo que tiene interpretar, de forma desigual, que el amor patrio no es el negocio de su patio. Se apropian del rojo y gualda, pero la igualdad, igual da.

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