Opinión

Hay que separar el grano de la paja

La desesperación del sector primario está llevando la protesta a un punto en el que, sin nadie al volante, no parece haber límites

Vaya por delante, todo mi respeto a las reivindicaciones del campo y los motivos por los que salen a la calle a luchar por su presente y, sobre todo, su futuro. Nada de lo que se pueda decir sobre las protestas del sector primario de estas últimas semanas debería tambalearnos sobre la defensa de su derecho a pelear por tener un futuro digno. O de arremeter desde la crítica contra las políticas o políticos que lo amenacen. Pero la escalada de tensión va en aumento y uno empieza a preguntarse dónde está el límite de la protesta. Cuando la palabra se convierte en golpes o más bien una batalla campal a las puertas de La Aljafería en Zaragoza, es que algo empieza a torcerse en este pulso con la Administración. Cuando sirve igual cortar una autovía que meter el tractor en un edificio catalogado o vandalizarlo, toca empezar a reflexionar. Sobre cómo hemos llegado a este punto y si se está haciendo lo suficiente para evitarlo. En definitiva, separar el grano de la paja y dejar de echarse al monte para pensar en sentarse en una mesa a tomar decisiones.

Se puede empezar a plantear cuando energúmenos como la popular Lola Guzmán empiezan a estar fuera de juego. La ilustre portavoz del movimiento rebelde que entonó el ya conocido «pocos os mató la ETA» que profirió contra la Policía Nacional en una de las protestas en la que participaba ha demostrado serlo. Su sola presencia y la de toda la extrema derecha abanderando la revuelta es paja a desterrar. El grano son las historias personales de la desesperación, no quien nunca ha sembrado un campo y no distingue quién es el enemigo en esta batalla.

Y es que una de las alarmas que hacen saltar en episodios como el de este viernes a las puertas de La Aljafería es ver cómo se criminaliza a la Policía Nacional de las imágenes que sobrecogen a todos. Les culpan abiertamente de lo sucedido cuando, a todas luces, parece ser el único actor centrado en esta historia. El único que sabe qué tiene que hacer y por qué. En este caso, más que sofocar el asedio, proteger el patrimonio que es de todos e impedir el acceso a la sede de la soberanía popular en Aragón. ¿Por qué? Pues porque cuando lleguen las soluciones para el sector, que ojalá lleguen pronto, no habrá que lamentarse de daños irreparables que no tenían ningún sentido. De hecho, según el Ministerio del Interior, no actuaron con más contundencia al inicio del asedio precisamente por tratarse de un entorno catalogado y protegido.

Porque meter un tractor en ese puente que salva el foso del palacio es más que una llamativa imagen. Hacer lo mismo en el arco de la Puerta del Carmen de Zaragoza, también. Porque, ojo, esto no es como cortar una autovía o colapsar el tráfico en el corazón de Zaragoza, que fue recibido incluso con aplausos por los zaragozanos en las calles. Esto es aproximarse a un punto peligroso, que demuestra que toda esta vorágine no parece marcarse ningún límite y, lo que es peor, la improvisación es casi una seña de identidad y sin que, aparentemente, no haya nadie al volante de la marcha.

En estas circunstancias, conviene recordar que sin un sujeto al frente de un movimiento masivo fuera de control todos y cada uno de los que participan son responsables de sus propios actos. Si alguien, aferrándose a la desesperación por su futuro incierto, decide coger un palo y atizar a un agente de la Policía Nacional, es culpable y responsable de sus actos. La marea no esconde a violentos, ni ahoga sus ansias de protagonismo o venganza contra no se sabe muy bien quién.

Y, por último, no puedo obviar la responsabilidad de quienes nos gobiernan. Hace unos días le reprochaba al consejero de Agricultura del Gobierno de Aragón, Ángel Samper, que alentara la protesta. «Vamos a piñón», les decía, «yo no soy político» o «el consejero va a estar donde tiene que estar». Este viernes él estaba en el hemiciclo mientras se atizaban policías y agricultores junto al foso, y ni una propuesta que alivie esa desesperación en forma de ayudas directas. El ministro del ramo, Salvador Planas, le va a la par en cuanto a remedios constructivos, no se crean, esto no va de siglas. Así que sí, de eso se trata, de estar donde tienen que estar y no mirar hacia otro lado mientras en la calle parece que todo el monte es orégano. Porque no lo es.