Opinión | SALA DE MÁQUINAS

La catedral de Jaca

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo una novela histórica como El secreto de la catedral de Jaca, de Domingo Buesa.

Primorosamente editado por el sello Doce Robles, este libro ciertamente extraordinario nos invita a leer en clave de ficción la crónica fundacional del Reino de Aragón.

En aquel remoto siglo XI, pero que el autor nos sabe aproximar, acercar de tal manera que parece estemos viviendo en sus azarosos momentos, Aragón empieza a construir el que, con el devenir de unos pocos siglos más, será su gran imperio peninsular y mediterráneo. Los primeros reyes, obispos, abades, desfilan ante los ojos del lector con tal encanto y realismo que las páginas vuelan tan rápido como los pensamientos de aquellos monjes, príncipes, nobles, guerreros, sorores o brujas que las habitan ahora en su reino de papel, en fidelísima reconstrucción al cambio de milenio que alumbró sus instituciones, intrigas, palacios o iglesias.

En algunas de ellas, como San Juan de la Peña o Santa Cruz de la Serós, la pluma de Domingo Buesa se detendrá para regalarnos maravillosas descripciones de cómo se construyeron, consagraron y habitaron aquellos templos fundacionales de una religión y de una estirpe que a menudo se confundían entre sí. La proliferación de detalles, la minuciosidad con que el autor describe un claustro, una caravana de carros, los útiles de un fraile copista, el manto de un rey, la túnica de un prior, las recetas de aquellas cocinas cuyas brasas calentaban las casas a base de ahumarlas mientras afuera el frío de Jaca, de la montaña pirenaica, de la próxima y sagrada Peña Oroel soplaba congelando cuerpos y espíritus, asombra y conmueve al lector. Una novela ágil, dinámica, sembrada de peripecias, conspiraciones y enigmas que nos recuerda al mejor Eco, al Hugo de Nuestra Señora de París o al Scott de Ivanhoe, pero que se ciñe en todo capítulo, con pasión, al territorio mítico del Aragón primigenio, junto al río que le dio nombre, bajo los nevados picos que defendieron sus límites y fronteras. Y como Buesa ha sabido diluir los severos renglones de la historia en gráciles diálogos y bellas descripciones, un festín de literatura e historia para todos los paladares. Una novela que será un clásico.

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