Opinión | tercera página

¿Negocio con la FP?

La Formación Profesional continúa siendo un tramo formativo diferente, pero educativo

Alumbrar una nueva FP no es cualquier cosa. Olvidar la vieja historia de la «cenicienta» del sistema educativo. Mejorar su imagen social como estudios «de segunda» cuando no «aparcamiento» para el alumnado «fracasado». Darle prestigio a la formación práctica en un sistema educativo centrado en exámenes de lápiz y papel. Establecer puentes hasta integrar la FP del sistema educativo y la FP para el empleo, que llevaban años como dos subsistemas diferentes: ciclos formativos/certificados de profesionalidad. Sí. Esos obstáculos (y alguno más) han debido ser removidos con costosas palancas. Y con la ayuda del paso del tiempo: hoy en día no se entendería la FP de talleres en naves de uralita o la de pupitres alineados y decenas de estudiantes tecleando en máquinas de escribir.

Todo ha cambiado. Quedó atrás la desfasada ley de las cualificaciones (LO 5/2002), que cumplió un buen papel en su época. Pero el intenso cambio tecnológico y económico exige una adecuada cualificación y flexibilidad del capital humano para responder a las necesidades de una sociedad avanzada y a las de la propia ciudadanía a lo largo de su vida laboral. Por ahí apunta o, al menos, ése es el objetivo último de la Ley Orgánica de Ordenación e Integración de la Formación Profesional (LO 3/2022)

La nueva FP abre interesantes ventanas de oportunidades e «interesa» sobremanera en ciertos círculos económicos. Por lo que puede añadir a la cadena de valor. En el ámbito empresarial se programan eventos varios que tienen la formación profesional como centro de atención. Conferencias, congresos, estudios. En todos se llega a la misma conclusión: necesitamos renovar y modernizar nuestro sistema de formación profesional. Insistiendo de manera especial en «lo profesional» y con la coletilla «a lo largo de la vida». Está muy bien. Pero sin dejar un tanto de lado que la base de la FP, de todo ciclo y nivel, es la educación y formación. En tres sentidos. Uno, en la adquisición de conocimientos que sirvan para desenvolverse en el acelerado mundo actual: culturales, científicos, tecnológicos, etc. Dos, en la adquisición de competencias «blandas»: resiliencia, liderazgo, creatividad, iniciativa, etc. Y tres, en la formación en valores: personales, cívicos, sociales, etc. Necesitamos personas con poso cultural, ciudadanos y ciudadanas cabales y responsables y que, además, sean buenos profesionales.

No sé si eso lo entienden (y asumen) así los fondos de inversión (¿buitres?) que «apuestan» ahora (no antes) por la FP. Porque parece que van «a lo suyo». Es decir, a obtener rápidamente beneficios económicos, porque lo que manda es la cuenta de resultados. Lo cual explica bastante bien su preferencia, a la hora de establecer sus ofertas, por ciertas familias profesionales demandadas y con proyección, como sanidad o informática y telecomunicaciones. Y la glorificación permanente (en ciertas esferas) de lo dual. La FP dual es una excelente idea, pero si se hace bien. No vaya a ser que, a la postre, tengamos una dual low cost como ha sucedido en gran medida con muchos proyectos de bilingüismo. ¿Están las empresas preparadas (y dispuestas) a proporcionar tutores bien formados para atender al alumnado que hace prácticas en sus instalaciones? Por cierto, ¿cómo se paga (y quien) la Seguridad Social de las prácticas formativas del estudiantado? Porque la FP no es gratis, ni siquiera en los centros públicos de algunas comunidades autónomas.

La nueva formación profesional parece haberse convertido en un nicho de negocio para empresas y entidades privadas que hasta ahora poco o nada se habían interesado por este tipo de formación. Ya sucedió al implantarse los másteres universitarios en el marco de Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Es saludable que la empresa privada, que (lógicamente) tiene intereses muy claros y respetables, participe en el sistema de formación de nuestro país. Pero (¡ojo!) siguiendo unas reglas establecidas. Con la promesa de un empleo seguro, cercano al 90% o más en determinadas titulaciones, ¿puede haberse dado el caso de algún centro privado de FP que comenzó a funcionar sin tener la autorización correspondiente y sin los pertinentes informes positivos de la inspección? ¿No se intenta confundir a la ciudadanía con cierta publicidad que parece equiparar los estudios de FP («centro superior») con los universitarios? ¿Son suficientes (y se aplican sobre el terreno) los sistemas de control, evaluación y verificación previstos en la ley de FP? Garantizar la transparencia en las ofertas formativas y la calidad de las acciones y servicios, así como de las enseñanzas impartidas en los diferentes entornos (centros docentes, empresas, etc.) de aprendizaje, es fundamental para que la nueva FP pueda consolidarse. Y no vendría mal echarle un ojo también a la (casi) siempre olvidada orientación profesional. Más que nada, para que los impulsores de esos nuevos negocios no les den «gato por liebre» a sus potenciales (y jóvenes) «clientes».

Un apunte final que sirva de referencia. En las directivas de la Unión Europea sobre formación profesional se habla siempre de educación y formación. Como un todo. ¡Que no se olvide!

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