Opinión | tercera página

Anglicismos innecesarios

Andaba yo buscando esta mañana una plaza de aparcamiento cuando, de repente, me encuentro con una nueva señal de tráfico que me indica la existencia de una zona de estacionamiento «reservado para carsharing». Por lo que puede deducirse del dibujo que acompaña a la P que identifica estas señales (un coche rodeado de las siluetas de 5 personas, por cierto, solo hombres...), se trata de una reserva de aparcamiento para unos vehículos determinados que, por el dibujo, bien podría referirse a vehículos de alta ocupación o familiares o... Pues no. Busco en mi diccionario de inglés y me dice que significa «coche compartido». ¿Por qué consentimos semejante despropósito?, ¿es que no puede ponerse en castellano?, ¿no nos basta con tener ya una señal de stop (en otros países de habla hispana, «alto» o «pare»? Me llama todavía más la atención que lo permita un ayuntamiento gobernado por unos partidos que se arrogan la defensa de nuestras señas culturales (no parece que el idioma lo sea), que se les llena la boca con la defensa de la lengua española (el PP creó incluso una denominada «Oficina del español» para la defensa de esta lengua) y que critican (algunos, incluso, se oponen) el empleo de las otras lenguas constitucionales que se hablan en nuestro país (en cambio, no les molestan los anglicismos). A este paso, además del permiso de conducir B1 habrá que tener un B1 de inglés, como mínimo, para poder circular sin miedo a cometer infracciones. Basta de usar anglicismos innecesarios como este que lo único que consiguen es empobrecer nuestra lengua. Una lengua que se encuentra entre las cinco primeras del mundo en número de hablantes, en número de países donde es oficial y en extensión geográfica; que es lengua oficial de las Naciones Unidas y un idioma de referencia en las relaciones internacionales.

El último anuario del Instituto Cervantes aporta algunos datos que reflejan la envergadura del español en la actualidad. Con casi 500 millones de personas, es la segunda lengua materna del mundo por número de hablantes; y la tercera lengua en un cómputo global, al sumar dominio nativo, competencia limitada y estudiantes de español, rozando los 600 millones de hablantes. Es también la tercera lengua más utilizada en la red.

Pero la aceptación general del inglés como lengua internacional ha provocado que el idioma de Shakespeare desplace en muchos ámbitos al de Cervantes. Es indiscutible que el inglés se ha convertido en una de las lenguas más empleadas globalmente, puesto que es la protagonista en importantes ámbitos no solo como la comunicación internacional, la política y la economía, sino también como los medios de entretenimiento y de información. También la tecnología ha sido un campo fértil para la incorporación de anglicismos al español. Palabras como software, email, smartphone y tablet, entre otras, son ejemplos de términos tecnológicos que han sido adoptados sin modificaciones en nuestro idioma. Los anglicismos pueden ser de utilidad a la hora de referirnos a vocablos, objetos y situaciones de nueva creación. En cambio, en otros campos su necesidad es más que dudosa. Palabras como brunch, snack, resort, fitness, coach, playlist, look, show, influencer, casting y un largo etcétera nada aportan a nuestra lengua y podrían ser perfectamente sustituidas por otras españolas con el mismo significado. Una presencia tan significativa de estos términos puede representar una amenaza para el español, puesto que puede llevar a una pérdida de la riqueza léxica.

¿Dónde está entonces la causa por la que permitimos de manera continua la intrusión de términos procedentes del inglés cuando tenemos una lengua y una cultura que en nada tienen que envidiar a la anglosajona? Desgraciadamente parece un rasgo de nuestro carácter valorar más lo ajeno que lo propio. Solo así se explica el continuo avance de los anglicismos en nuestro idioma.

Pero también hay que tener en cuenta otros factores como son, a veces, la ignorancia del término correlativo en castellano, la operatividad e, incluso, por pereza intelectual y pretenciosidad (algunas personas consideran más elegante y sinónimo de mayor nivel cultural utilizar, aun desconociendo su significado, palabras de otras lenguas cometiendo en ocasiones errores dignos de una antología del disparate…). Al mismo tiempo, la creación de las redes sociales y la difusión masiva de su uso han cambiado significativamente la manera de empleo de internet y el lenguaje.

Otro factor que hay que tener en cuenta en la introducción y difusión de los extranjerismos, en general, y de los anglicismos, en particular, es la influencia de los medios de comunicación. Es sorprendente observar como una parte importante de los anglicismos detectados en los medios de comunicación se producen por falta de preocupación a la hora de buscar alternativas correctas en castellano, ya sea por el deseo de utilizar formas llamativas o elitistas de expresión o por el propio desconocimiento técnico de las agencias de noticias. Es uno de los problemas con los que se enfrentan hoy en día todas las lenguas, pero principalmente el español.

Diversos son, pues, los motivos por los que nuestro idioma se llena cada vez más de anglicismos. Como vemos, no existe una causa única, sino que depende del contexto: no es lo mismo usar palabras extranjeras en un ámbito de investigación universitaria (bastante común), que en informática (prácticamente obligado) o en el mundo de la moda (algo pedante). Aunque podríamos afirmar, en términos generales, que una de las principales razones sería la pereza. Principalmente, recurrimos a los anglicismos para ahorrarnos el trabajo intelectual de recurrir a los propios recursos lingüísticos para referirnos a un mundo que, a veces, nos sobrepasa. Estamos inmersos en un ritmo tan frenético que no hay tiempo para la reflexión pausada y toma de conciencia.

La Real Academia Española (RAE), a pesar de no rechazar por completo el uso de los anglicismos en la lengua cotidiana, advierte sobre los peligros que un empleo excesivo de estos puede conllevar. Asume que los extranjerismos en general no son «rechazables en sí mismos», pero sí trata de limitar su incorporación a nuevas necesidades expresivas. Frente a las nuevas palabras asumidas íntegramente de otra lengua, el organismo recomienda siempre anteponer otras opciones propias del español. Así, la RAE acepta algunos anglicismos que se han integrado plenamente en el idioma español y se utilizan de manera generalizada (thriller, bol, mánager, test, chat...). Sin embargo, la RAE también recomienda buscar equivalentes en español siempre que sea posible para preservar la riqueza de nuestro idioma.

Posiblemente estamos asistiendo (y consintiendo) sin darnos cuenta a una nueva forma de colonialismo cultural por medio de la lengua, pero combatirlo parece no estar de moda de momento. En Italia, el tema ya ha saltado a la agenda política. Diputados cercanos a la primera ministra, la ultraderechista Giorgia Meloni, han presentado un proyecto de ley por el que se propone castigar con multas de hasta 100.000 euros a toda compañía, universidad o funcionario público que use palabras no italianas. No soy yo partidario de llegar a tales extremos, pero sí que debemos ser más cuidadosos y vigilantes en preservar nuestro patrimonio lingüístico y cultural. Por ello, señales de tráfico como las que he referido al comienzo, recientemente colocadas en diferentes zonas de la ciudad, deben ser retiradas de manera inmediata.

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